
Nincü sonrió gentilmente y ladeó la cabeza a tiempo de ver a la pequeña Elaurë dando una vuelta sobre sí misma. La niña se rió escandalosamente y correteó alrededor de la elfa con alegría antes de pararse frente a ella y apoyarse sobre sus rodillas, con el cabello revuelto y las mejillas sonrojadas.
- Me ustan tus odejas Ninü – le dijo, mostrando una sonrisa desdentada -. Son mu bonitas.
Nincü dejó su libro a un lado y tomó a Elaurë en brazos, por lo que la niña alargó las manos para toquetear sus orejas picudas.
- Y tu pelo es mu suave – admiró, acariciándolo también -. ¡Y tu piel billa!
- Eso es porque soy una elfa – le explicó, haciendo sonreír a Elaurë con su voz arrulladora -. Y tenemos orejas de punta, y la piel brillante.
- ¿Y poque yo no billo? – pregunto ella inocentemente, a la vez que se tocaba sus propias orejas. Nincü la miró con ternura.
- Bueno… Tú no eres una elfita, osellë – susurró dulcemente, tratando de ser lo más delicada posible -. Eres una pequeña humana revoltosa y de hermosas orejas redondas.
La expresión de Elaurë cambió a una entristecida muy a pesar de los esfuerzos de Nincü por sonar gentil.
- Pero aquí solo hay elfos… Elfos bonitos… Yo quero ser un elfo, no una humana…
Nincü le acarició la nariz y le dio un beso.
- Oh, ¿pero no lo sabías? Aquí todos los elfos te quieren precisamente porque eres humana. Nuestra humanita revoltosa, la alegría de estas casas.
- ¿De vedad? – preguntó Elaurë, abriendo sus ojos grandes y brillantes, sorprendidos.
- ¡De verdad! Eres el cascabel de Rivendel, mirael nîn – aseguró Nincü. Elaurë volvió a reír, ya sin rastro de preocupación en el rostro, y se revolvió para que la elfa la dejara de nuevo sobre el suelo, feliz.
- ¡Ding, ding! – se rió, correteando de nuevo a su alrededor -. ¡Soe un cascabel!
Que bonito sería no crecer nunca... Y estar siempre cerca de quién te ama.