Le echa una mirada de reojo al móvil y tiene ganas de usarlo aunque sabe que no debe hacerlo. Quiere, necesita, que alguien la apoye sinceramente, solo por el placer de querer animarla y no por cortesía o para auto consolarse en aquellos días oscuros. Añora a Ami más que nunca, porque nunca habían pasado tanto tiempo separadas y superadas, y la cama sigue oliendo a Matt.

Entonces, la pantalla del bendito móvil se ilumina y le llega un mensaje de remitente desconocido. No importa, porque sabe quién es. Solo ella conoce ese número. Solo ella le manda mensajes.
Trata de no agobiarte. Come y duerme bien, o no estarás a tope. Te quiero>>
Es escueto pero dulce a la vez. Le sobra. Por primera vez en días, se siente algo realizada. Irónicamente ya no necesita el texto, porque lo tiene memorizado, así que lo borra y recuesta la cabeza sobre la almohada. Siente que apenas huele a nada.

Cierra los ojos. Descansa.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Tabla básica





Silencio. Ellas dos no hablaban. Es decir, no solían usar las palabras cuando estaban solas. Se miraban, sonreían y hablaban en silencio. Se lo decían todo. A Ami y Nat les sobraban las palabras.

Hábito. Lis gritó y Ami gritó también. Nadie les hizo demasiado caso, excepto algún alumno de primero poco acostumbrado a las constantes y sonoras peleas de las primas.
Ami ahogó un insulto y se dio la vuelta hecha una furia, alejándose por el pasillo a grandes zancadas, pero nadie se preocupó. Volvería.

Comprensión. Entre las muchas rarezas de Lea se encontraba el hecho de hablar sobre cosas que nadie entendía, así que había gente que evitaba entablar conversación con ella para evitarse el trago. Ami no. A ella le gustaba. Lea hablaba y Ami entendía.

Calor. Ardía. Todo él ardía. Sin embargo, el calor que emanaba su cuerpo nunca era asfixiante. Nunca, ni siquiera en verano. El calor de Dan era un calor agradable, como la luz del sol en primavera, derritiendo el frío.

Secreto. Tener un secreto era algo inquietante, emocionante. Te pertenecía y de algún modo dependía de ti para seguir existiendo (en secreto, claro). Un secreto compartido también estaba bien, por el simple hecho de compartirlo con alguien.
Pronto sería el cumpleaños de Nat, así que Matt y Ami le estaban preparando una sorpresa. En secreto, claro.

Refugio. Le gustaba pasear sola por los terrenos del colegio y bordear el lago cuando le daba el sol. Prefería el invierno, porque cuando el buen tiempo llegaba, llegaban los estudiantes también.
Nick no. Había un árbol cerca del lago bajo el que siempre se veían. Era un refugio. Así se hicieron amigos.

Frío. Para ser mediados de abril, hacía mucho frío. Se acurrucó dentro de su fina chaqueta y tembló, tratando de darse calor con las manos. Entonces, un pesado abrigo le cubrió los hombros. Cuando se giró para ver quién había sido, vio a Christian alejarse.

Aguja. Sintió como algo la pinchaba y se quejó. Lily se disculpó y cambió la aguja de posición para seguir arreglando la prenda. “No me gustan los vestidos”, dijo Ami. Su madre sonrió y, sinceramente, la ignoró.

Viento. Dejó una rosa roja sobre el mármol frío y atisbó algo brillando en su mano. Al ver el anillo, sonrió y lo acarició con ternura. “Papá, voy a casarme con Dan, ¿te parece bien?”, le susurró a la tumba.
El viento la acarició.

Irracional. A veces, Harry pensaba que Ami era su nieta favorita. Sabía que era un sentimiento irracional, pero Lis y Edward no necesitaban que su abuelo les demostrara un cariño especial, porque para eso tenían a su padre.
Ami no. Ami le tenía a él. Y él tenía a Ami.

Respeto. Si había algo que admiraba de su tío Hugo era la seriedad y el dominio sobre sí mismo que siempre mostraba. Era preciso. Era imponente. Lo tenía todo bajo control.
Por eso, cuando vio como mantenía la compostura y ese carácter implacable incluso después de dejar al tío James desnudo con el póker, Ami supo que le gustaría ser como él.

Predilección. Edward era, según el criterio de Ami, el niño más mono de su guardería. Ella sentía auténtica predilección por él. Adoraba ir con su tía a buscarle. Por eso, cuando unos niños se metieron con él en el patio de la guardería, Ami no dudó en liarse a golpes con ellos, aunque eran tres años más jóvenes. La castigaron, pero no le importó. Cualquier cosa era poca para proteger a su primo predilecto.

Gafas. Ami estaba absorta en la lectura de su libro favorito, De ratones y hombres, y no se dio cuenta de que Nat se le había acercado hasta que notó como le quitaban las gafas. Siguió leyendo como si nada. “Todavía me pregunto por qué las llevas si no las necesitas”, le dijo. “Para parecer tan inteligente como tú”. Nat sonrió.

Tesoro. Nunca antes se le hubiera pasado por la cabeza que pudiera sentirse de aquel modo, que hubiera algo que pudiera afectarla hasta límites insospechados, algo que amara con todas sus fuerzas y su corazón, más que a sus padres, más que a sus amigas, más que a Dan. Pero lo había.
Con cuidado, cogió a Sue de la cuna y la acomodó entre sus brazos, acunándola. Solo quería verla dormir.

Búsqueda. No era que realmente buscasen algo, más bien trataban de afianzar su amistad. Por eso Ami y Taylor se pasaban las horas juntos, tumbados bajo cualquier árbol, fichando a los chicos que pasaban por allí. Pero, en el fondo, no buscaban nada. Ella solo proponía y él los rechazaba.

Fresa. Lis masticaba y masticaba sin parar, y un suave olor a fresa inundó la sala de los menesteres, dónde estudiaban para el próximo examen de inglés. “¿Me das un chicle, Lis?”, preguntó Lea. No hizo falta que preguntase de qué. Siempre eran de fresa.

Chocolate. “No me dejan comer chocolate antes de cenar”, se quejó una pequeña Mary Charlotte frente a su madrina. Ami sonrió, encontrándolo tiernamente razonable, pero también pensó que las normas al fin y al cabo eran para romperlas y, llevándose el dedo índice a los labios, sacó una tablita de chocolate de su bolso y se la dio. Ambas cruzaron una mirada cómplice.

Fetiche. Jake tenía algo que a Ami le encantaba, algo suyo, de los dos, en lo que nadie más se fijaba. El cabello de Jake era suave, brillante y sedoso, muchísimo más que el de Jack o Nat (aunque nunca se lo habían dicho). A Ami le encantaba acariciárselo.

Reflexión. Tenían que ser amigas por fuerza, se dijo Ami con una mueca. Depositó a Cindy sobre la cama de su dormitorio y le quitó los zapatos. La muchacha murmuró algo inteligible en medio de su borrachera y volvió a dormirse. Después de la fiesta, su cara mostraba tanta tranquilidad que Ami se sorprendió a sí misma sonriendo con ternura. Si. Tenían que ser amigas.

Canción. Cerró los ojos y se dejó mecer por la melodía, sintiendo como las notas la arrastraban hacia un lugar agradable, sin problemas. La música lo inundó todo y nada más importó.
Cuando Sophya cantaba, el mundo desaparecía.

Instante. Lea y Nick tardaron casi dos años en completar el papeleo que les permitiría adoptar legalmente a la pequeña Sun, y al fin la trajeron a casa. Toda la familia la estuvo esperando durante meses, y al final a Ami le fue suficiente con un instante para tenerlo claro. Quería a esa niña como si fuera suya.

Suspenso. Ami gruñó, incrédula, al ver la nota que había sacado en el último examen de inglés. Corbel la miró muy serio, como si nunca hubieran charlado animadamente, como si nunca se hubieran acostado. “Si no te esfuerzas mucho más en el próximo, suspenderás”, le dijo. Ella se lo creyó.

Tiempo. El tiempo era implacable y avanzaba sin piedad, trayendo cambios y novedades, evolucionando, marcando el antes y el después. A ellas también les había afectado, eran más viejas, más sabias y tenían más experiencia. Pero había algo que el tiempo, ni trayendo nietos, ni trayendo arrugas, había podido cambiar.
Ellas cuatro seguirían juntas hasta el final.

Horizonte. Ami miró el sol ponerse tras las montañas, pintando el cielo de naranja y carmín. Se sintió llena. Dan entrelazó su mano con la de ella, a su lado, y se la besó. Además de llena, se supo feliz.