Le echa una mirada de reojo al móvil y tiene ganas de usarlo aunque sabe que no debe hacerlo. Quiere, necesita, que alguien la apoye sinceramente, solo por el placer de querer animarla y no por cortesía o para auto consolarse en aquellos días oscuros. Añora a Ami más que nunca, porque nunca habían pasado tanto tiempo separadas y superadas, y la cama sigue oliendo a Matt.

Entonces, la pantalla del bendito móvil se ilumina y le llega un mensaje de remitente desconocido. No importa, porque sabe quién es. Solo ella conoce ese número. Solo ella le manda mensajes.
Trata de no agobiarte. Come y duerme bien, o no estarás a tope. Te quiero>>
Es escueto pero dulce a la vez. Le sobra. Por primera vez en días, se siente algo realizada. Irónicamente ya no necesita el texto, porque lo tiene memorizado, así que lo borra y recuesta la cabeza sobre la almohada. Siente que apenas huele a nada.

Cierra los ojos. Descansa.

sábado, 26 de junio de 2010

Desnudo

Así es como se sentía cada vez que Ami clavaba sus ojos en él. Desnudo. No importaba que fuera una mirada tierna, de aquellas que hacían que el muchacho se derritiese como un pedazo de chocolate al sol, o una mirada llena de superioridad como la que dirigía a todos aquellos a quienes no consideraba interesantes. No importaba si era una mirada de deseo, de aquellas con las que la muchacha parecía poder ver a través de él y saber todo lo que ocurría en su interior, no importaba que fuera una mirada tierna. Él se sentía desnudo cuando Ami le miraba, porque cada vez que ella clavaba sus enormes orbes rojizos en él, tan extraños, tan especiales, se sentía indefenso.

Lo que no sabía era lo que sentía Ami cada vez que él la miraba.
Y ella también se sentía desnuda.


jueves, 10 de junio de 2010



Lea apretó los ojos con fuerza y aspiró profundamente, notando como, a pesar de saber que estaba tumbada sobre el pasto y de notar las briznas de hierba en su nuca, la inundaba un profundo olor a sal y pan tostado, un olor a verano y mar.
Todavía con los ojos cerrados trató de descifrar las sensaciones que le provocaba aquel aroma, porque Lea siempre había clasificado los olores en categorías para ordenar un poco los sentimientos que le provocaban. Por ejemplo, cada vez que cerraba los ojos en un jardín, se sentía tranquila y relajada, porque aquellos eran los sentimientos que le transmitía Ami, y ella siempre estaba rodeada por un olor dulzón de lilas, violetas y azucenas. Cuando leía o estudiaba se sentía muy concentrada y aplicada, incluso lista, porque así era Nat siempre que trabajaba, y la rubia olía exactamente igual que la biblioteca, a libro nuevo, concentración y té. En cambio Lis olía como a chicle de fresa, un vicio que había tenido desde muy pequeña, y a jabón, y su aroma le transmitía a Lea muchos recuerdos de tiempos pasados, momentos que habían compartido y hecho suyos, y aquello le daba seguridad.
Sin embargo no recordaba haber percibido antes aquel olor a sal, tan cálido que sentía como el corazón se le inundaba de ternura y la hacían sonreír, sintiéndose muy bien. Con pereza abrió los ojos al sol y ladeó la cabeza, con las briznas de hierba haciéndole cosquillas en la nariz, y se quedó mirando fijamente a Nick que, tumbado a su lado y con los ojos cerrados, no se percató de la mirada de dulzura que le dirigía Lea.
El viento sopló en su dirección y revolvió el cabello del muchacho, arrastrando hacia ella un penetrante olor a sal y pan tostado. Un olor a verano y mar.

martes, 8 de junio de 2010

Lo que te has perdido


Fuera llovía. Llovía mucho y hacía frío, y la luz de las farolas apenas iluminaba las calles nocturnas, porque las gotas de lluvia interceptaban su camino.
Ami miraba la lluvia a través de la ventana, apoyada sobre el margen y con una pesada manta sobre los hombros. El televisor de la salita estaba encendido y llenaba la habitación de vida, pero en realidad nadie le prestaba atención, porque ella estaba absorta mirando la lluvia y Edward estaba absorto mirándola a ella.
“Oye, ¿dónde está Sophya?”, preguntó Ami en un momento dado, sin girarse hacia él. La expresión de Edward se ensombreció levemente.
“Con sus padres”, se limitó a responder al cabo de un rato. Al percibir el tono amargo en su voz, Ami se giró.
“Lo siento”, murmuró, aunque la indiferencia en su mirada le hizo creer al chico que en realidad no lo sentía. Edward se encogió de hombros, aparentemente con la misma indiferencia, y Ami ladeó la cabeza con pesar. “No, de verdad, lo siento. Sé que ha sido por mi culpa que habéis discutido”
“No importa. Técnicamente no hemos discutido, así que descuida. Ella tendría que entender que quiero ayudarte”, le dijo, dirigiéndole una mirada tímida. “Que soy la única persona con quién te sientes cómoda ahora”. Ami frunció los labios al reconocer aquel tono de voz. No le gustó.
“Ed… Tengo que irme”, se apresuró a decir, aunque sus ojos se mantuvieron inexpresivos. Se levantó y dejó caer la manta a sus pies. Había llegado el momento, intuía, y tendría que irse antes de que fuera demasiado tarde.
“Pero…”, Edward se levantó para interceptarla, pero la expresión que le dirigió Ami, de repente dura, le frenó.
“Tengo que irme”, repitió. “Creo que esto ha sido un error”
El muchacho bajó la cabeza, dolido, y Ami suspiró con pesar.
“Entiéndelo”, le suplicó. “Agradezco que hayas estado conmigo estos días, y me hayas llevado al cine, y a cenar, y me hayas distraído, pero… No puedes echarlo todo a perder por esto”, sonrió con una leve expresión irónica. “Por mí. Tu ahora tienes que ir a Yorkshire, traer de nuevo a Sophya y llevarla a…”
“Te quiero”, interrumpió Edward, levantando la mirada muy serio. “Te quiero”
Ami suspiró y apartó la mirada, incómoda, porque estaba sucediendo precisamente aquello que no quería que ocurriera.
“No Ed, no”, le pidió con voz triste. “Esto podría ir bien, podría ser bonito, tu eres mi primo y yo…”
“¡Te quiero!”

Conectaron sus miradas un momento y Edward, que parecía muy seguro de sí mismo, no pudo entender como los ojos de Ami, al contrario que su vocecilla triste, podían estar tan vacíos.
“Lo sé”, susurró al cabo de unos segundos. “Más motivo para irme, ¿no crees?”
“Tú podrías haber estado conmigo desde el principio, todos habríamos sido más felices”,
se atrevió a decir Ed, sin recibir ninguna respuesta por parte de Ami. “Aun podríamos serlo”
Ami se encogió de hombros, con aquella inexpresividad clavándose en el pecho de Edward, se dirigió a la puerta. Seguramente se giró porque quería despedirse de él (como si no hubiera escuchado nada de lo que muchacho había dicho), pero el caso fue que de repente Edward se acercó a ella con dos zancadas y la agarró por el brazo con brusquedad, obligándola a acercarse a él.
“Como quieras, pero…”, susurró tenazmente contra sus labios, “para que sepas lo que te has perdido”
El beso no fue corto pero tampoco extremadamente largo, simplemente duró lo que tenía que durar teniendo en cuenta la situación, y Edward fue la única parte activa porque Ami se había quedado como de piedra. Para él fue suficiente.
Cuando se separaron, Ami estaba muy roja y parecía sorprendida, y aquella máscara fría que llevaba hasta entonces parecía habérsele pegado a Edward, que la miró con ojos vacíos.
“Yo… Tengo que irme”, murmuró Ami, traspuesta, alejándose de él sin dejar de verlo algo temerosa. Recogió su abrigo y se acercó a la puerta, y justo antes de salir le dirigió una última mirada confundida al Edward que dejaba atrás.

Fuera llovía. Llovía mucho y hacía frío, y Ami dejó que la lluvia la mojase y enfriara un poco antes de desaparecer.

domingo, 6 de junio de 2010

Las dos caras de la moneda



Creo que he cambiado un poco el estilo de las viñetas, y también los personajes. Pero bueno, como véis, no en todos los caso. Siempre queda un huequecito para los de toda la vida, como mis gemelos favoritos.




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Aburrido.

- ¿Qué tal si me pongo esto?

Aburrido.

- Pero no tengo zapatos que combinen.

Aburrido. Aburrido. Aburrido.

- ¿Tú qué opinas, Zhoin? ¿Me pongo los zapatos blancos o la camisa que compramos el otro día?

A.B.U.R… Espera, ¿aburrido va con una r o con dos?

- ¡Zhoin!

El chico parpadeó y miró a su gemelo con ojos desubicados. Sabía que Zhenon le había estado hablando todo el rato, pero para hacer honor a la verdad, no le había escuchado.
- ¿Eh?
- Que qué opinas – gruñó el menor (aunque fuera solo por seis minutos)
- Mm, que estás muy guapo.

Respuesta equivocada. Zhenon entornó los ojos y le dio la espalda, molesto. “No sé ni para qué te pregunto”, refunfuñó. Zhenon siempre había sido el gemelo sensible, el presumido, al que le importaba la imagen y todo lo que hubiera que decir, al que le gustaba hablar. Zhoin era el gemelo rudo, el silencioso, al que le gustaba el fútbol y prefería ver como se quitaban la ropa en lugar de ponérsela. Más allá de la última peca, los gemelos Narkis eran muy diferentes.
Y sin embargo se entendían a la perfección.

- Ponte los vaqueros pitillos y el suéter morado de Lacoste – dijo Zhoin. El otro lo observó críticamente a través del espejo.
- ¿Tú crees que es lo más adecuado para la cena de familia? – murmuró. El otro se encogió de hombros.
- Ni idea. Pero me encanta como te queda.

Por toda respuesta, Zhenon sonrió. Se habían entendido.

He tenido mi tiempo

¡Hola! Esta entrada es una entrada simple, sin historia, solo para reflexionar. Cualquiera podría pensar que he dejado de escribir (nada más alejado de la realidad) cuando lo que en realidad he hecho ha sido, simplemente, tomarme un respiro. Ni siquiera sé de que necesitaba descansar, pero ayer me metí de nuevo por aquí (de hecho, me metí en el blog de Alexandra, una joyita llamada The red carpet of life) y pensé que ya era hora de ponerse a ello en serio.

Ya he tenido mi tiempo. Ya he descansado. Es la hora de regresar.