Le echa una mirada de reojo al móvil y tiene ganas de usarlo aunque sabe que no debe hacerlo. Quiere, necesita, que alguien la apoye sinceramente, solo por el placer de querer animarla y no por cortesía o para auto consolarse en aquellos días oscuros. Añora a Ami más que nunca, porque nunca habían pasado tanto tiempo separadas y superadas, y la cama sigue oliendo a Matt.

Entonces, la pantalla del bendito móvil se ilumina y le llega un mensaje de remitente desconocido. No importa, porque sabe quién es. Solo ella conoce ese número. Solo ella le manda mensajes.
Trata de no agobiarte. Come y duerme bien, o no estarás a tope. Te quiero>>
Es escueto pero dulce a la vez. Le sobra. Por primera vez en días, se siente algo realizada. Irónicamente ya no necesita el texto, porque lo tiene memorizado, así que lo borra y recuesta la cabeza sobre la almohada. Siente que apenas huele a nada.

Cierra los ojos. Descansa.

domingo, 16 de agosto de 2009

Lógica


Para Zhoin y Zhenon era lógico quererse del modo que se querían.
Se miraban, se acariciaban y se amaban, porque de algún modo era algo inevitable, obvio, aunque por otra parte también resultaba raro, sucio, monstruoso.
Ninguno de los dos sabía exactamente cuando había empezado todo, cuando el amor fraternal que deberían sentir el uno por el otro había crecido y fortalecido hasta convertirse en aquella necesidad azuzante que les embargaba cuando estaban separados.

Tenían siete años la primera vez que se besaron. Acababan de acostarse en su enorme cama de doseles (porque desde bien pequeñitos se habían acostumbrado a dormir juntos), y Zhenon se había acurrucado sobre el pecho de Zhoin para estar más cómodo. Habían estado hablando un rato, y entre juegos y cosquillas habían acabado juntando los labios. Primero e quedaron un poco sorprendidos y cortados, pero al notar que aquello les gustaba y al no saber exactamente que estaba mal (pues sus padres bien se besaban, ¿no?) siguieron compartiendo besos suaves y tiernos.
Crecieron un poco y empezaron a darse cuenta de que lo que hacán no era bien visto. Ellos no entendían porqué, pues para ellos amarse era un hecho obvio y natural, algo que les salía de dentro sin que pudieran – ni quisieran – evitarlo, pero de todos modos comprendieron que lo que tenían que hacer era mantenerlo en secreto para todo el mundo, incluso para sus padres y amigos, y fingir que su amor no era nada más que una increíble capacidad de compenetración entre gemelos.

No podían estar el uno sin el otro, no podían estar separados, por eso habían aprendido a aceptar y amar lo que al otro le gustaba, a entender lo que el otro pensaba sin necesidad de palabras. Como si fueran una sola persona.


Muy pocos conocían la extraña relación que les unía, y todos habían reaccionado de diferente manera. Erive Sagami, el mejor amigo de ambos, fue el primero en saberlo (aunque fuera por accidente). El pelirrojo había sorprendido a los gemelos en plena operación de intercambio de saliva, y decir que había resultado un shock para él era quedarse cortos. El muchacho se alejó de ellos, incluso les retiró la palabra durante semanas, pero finalmente y después de mucho esfuerzo por parte de los Narkis para tratar de ser perdonados, Erive había acabado comprendiendo lo que sentían y lo había aceptado, prometiendo guardar el secreto. La parte buena de todo aquello era que su amistad se había fortalecido mucho, y la mala fue que a partir de entonces Zhoin y Zhenon empezaron a “jugar” con él a modo de broma para ponerle nervioso.
La siguiente en enterarse fue Anna Kaiziya, la novia de Erive. Por decirlo de algún modo, ella les pilló enseguida, pues el mismo día que el pelirrojo les presentó a su flamante novia escritora, la chica les dedicó una mirada entre confundida, divertida y comprensiva. Con Anna les llegó una especie de bálsamo tranquilizante, pues aunque a pesar de que nunca habían hablado del tema propiamente dicho, la chica no mostró nunca disconformidad ni rechazo, ganándose así un gran cariño por parte de los gemelos, quela nombraron como algo así como “la mujer de sus vidas”. Le metían mano de vez en cuando, por supuesto, pero no había nada por lo que preocuparse porque al fin y al cabo también se lo hacían a Erive. Era un poco su manera de fortalecer la amistad.
Los últimos en saberlo fueron Kanei, el hermanastro de Erive, y Didyme Kusôu, su chica. Ambos habían venido a pasar unos días con la familia (o para presentar a la chica a los padres de Kanei después de haber pasado una historia de lo más interesante allí donde vivían), y se habían enterado también por casualidad. Se conocían muy poco, ya que al fin y al cabo la pareja había ido a visitar a la familia y ellos eran tan solo los amigos de su hermano, pero tampoco es que hubieran reaccionado del todo mal. Didyme, la espectacular chica rubia, había gritado y se había escandalizado, segura de que aquello era una monstruosidad, pero una oportuna intervención de Kanei había salvado la situación, evitando que se convirtiera en algo insalvable.
“Vamos, si eso es lo que ellos quieren, ¿qué más te da?”, le había preguntado.
Kanei les sonrió y siguió charlando animadamente con ellos, tal y como había hecho Anna en su momento, y Didyme, aunque al principio les dirigía miradas recelosas, no se separó de él y acabó por aceptar mantener conversaciones normales con los gemelos.


Y Zhoin y Zhenon eran así felices, porque las personas que ellos querían los aceptaban tal y como eran, y porque no les importaba nadie más salvo ellos. Y se querían, y se amaban aunque fuera raro.
Porque para Zhoin y Zhenon era lógico amarse del modo que se amaban.

sábado, 8 de agosto de 2009

Jane y Daisuke


Pues aquí traigo un par de viñetas de Jane y Daisuke, estos dos personajes que, aunque me gustan mucho, casi nunca dibujo y tienen una historia elaborada tan solo en mi mente. Es una de esas cosas incomprensibles...
La primera viñeta relata como se conocieron.
La segunda es una pequeña erxplicación de como Jane ve el mundo y como Daisuke ve a Jane.
Espero que os gusten (A mi al menos me gustan xD)
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A Daisuke le gustaba la playa. Su primo Samuel se burlaba de él y decía que cuando iban se comportaba como un crío con juguetes nuevos, pero igualmente le acompañaba siempre. Daisuke chapoteaba en el agua, o paseaba por la orilla con su sonrisa de conquistador que se lo tiene creído, pavoneándose de su cuerpazo ante toda la población femenina. A Daisuke le gustaba que todas le hicieran caso. Adoraba arrancar suspiros o sonrisas coquetas, que las muchachas se le acercaran y le invitaran a tomar helados o a ponerles crema en la espalda. También le gustaba que Samuel rodara los ojos o negara con la cabeza, porque aunque su primo desaprobase su actitud, no dejaba de acompañarle a la playa y, de paso, sacar tajada.
A veces, Daisuke se limitaba a pasar la tarde. Jugaba en el agua, tomaba el sol y construía castillos de arena, con todas sus torres y torreoncitos.
En esas estaba aquella tarde. Samuel hacía rato que se había quedado frito en su toalla al ver que no había previsiones de acción, y Daisuke se encontraba perfilando la muralla de su castillo de arena. Le estaba quedando realmente bien, una construcción de la que podría sentirse realmente orgulloso, y se encontraba afianzando las bases de su castillo cuando un pie desconocido – un pie fino, delgado y paliducho – hizo acto de presencia y destrozó su preciosa obra de arte ante sus narices.
“¡Eh!”, gritó Daisuke todo enfadado, levantándose como un resorte. “¿Pero que haces? ¿Estás ciega o qué?”
Una chica que había destrozado su castillo se detuvo y se volteó. Era menuda y delgada, tan paliducha como su pié daba a entender, y con una larga cabellera castaña. Levantó la cabeza hacía él, mirándole con unos ojos de color azul cielo, claros, grandes y cubiertos por una especie de capa lechosa.
“Si”, dijo la muchacha en su dirección, sin verlo realmente. Hizo un mohín con los labios, mostrándose culpable. “Lo siento”.
Daisuke se quedó callado con expresión idiotizada, completamente sorprendido. Se sintió culpable por haberle hablado tan rudamente, pero no encontró la voz para disculparse.
“¡Jane!”, gritó una mujer, seguramente la madre de la chica ciega, acercándose a ellos dos. “Jane, te dije que me avisaras si querías ir al agua”.
“Lo siento mamá”, dijo Jane con la misma expresión de culpabilidad, tocando a su madre en los brazos para poder verla a su manera. “¿Está todavía ese chico aquí?”.
“Eh… Si”, se apresuró a decir Daisuke al ver la mirada interrogante de la mujer.
“¿Me perdonas?”
“Oh… Claro. ¿Me perdonas tu a mí por, eh… Hablarte de ese modo?”
“Claro que sí”. La chica sonrió con expresión ausente, alargando un poco la mano en su dirección. “Me llamo Jane”.
“Daisuke”, respondió encajando su mano y sintiendo raro el contacto. “¿Puedo acompañarte al agua?”
Jane sonrió más, apretando más fuerte la mano que sostenía con Daisuke, y separándose de su madre tras hacerle un gesto tranquilizador.
“Claro”.



A Jane le gustaba tocar. Ella, que estaba privada del don de la vista, usaba las manos para ver, tocando todo aquello que la rodeaba hasta ser capaz de reconocerlo. Era bien cierto que todos sus sentidos estaban superdesarrollados para compensar la carencia de sus ojos, y que le gustaba oler y escuchar, pero sin duda el tacto era el sentido que más utilidad le daba.
Jane lo tocaba todo. Tocaba la porcelana de los platos, reconociendo los dibujitos que estos tenían en relieve. Tocaba la madera de los muebles hasta saber donde estaba cada cosa. Tocaba las briznas de hierba y acariciaba las flores hasta que era capaz de hacerse una idea de lo que la rodeaba.
A Jane le gustaba tocar a Daisuke. Era cierto que, con el tiempo, habían llegado a conectar tanto que ella era capaz de sentir al muchacho cuando estaba cerca, aunque este tratara de moverse sin hacer ruido, y sabía como se sentía en cada momento aunque no viera la expresión de su cara. Pero le gustaba tocarle. Cuando estaban cerca, Jane estiraba las manos y le acariciaba los cabellos, tan suaves y cortitos, o paseaba las yemas de sus dedos por la cara del chico, delineando sus labios y conociendo sus facciones. Le tocaba las manos, grandes y callosas, y se sentía protegida cuando la rodeaba con sus fuertes brazos. Tocaba sus prendas de ropa hasta el punto de haber seleccionado sus favoritas, y Daisuke solía decirle que tenía muy buen gusto, porque eran precisamente las piezas que mejor le quedaban.
“Ojalá pudieras ver”, dijo Daisuke un día, con la cabeza apoyada sobre las piernas de Jane y con las manos de la muchacha acariciándole distraídamente. “Ojalá, así podrías ver lo guapa que eres, y los lugares a los que vamos. Así podrías verme”.
Jane rió con dulzura, ganándose una mirada interrogante del muchacho (y ella supo que Daisuke la había mirado así, aunque no pudiera haberlo visto), y luego estiró la mano para acariciarle la mejilla.
“Tienes razón”, dijo. “Me gustaría poder ver. Me gustaría saber como son los colores, como son las personas que salen por la tele, y ver el paisaje cada vez que quiero. Pero no pasa nada, Dai. No pasa nada porque te veo a ti. Y con eso me basta”.
Daisuke sonrió y acarició la mano de Jane sobre su mejilla.
“¿Y soy guapo o qué?”, preguntó prepotentemente.
“Mucho”, sonrió y luego hizo una especie de puchero. “Me pregunto si yo estoy a tu altura, si hacemos buena pareja”.
“A tu lado, yo estoy a la altura del barro”, aseguró Daisuke. “En el fondo es una suerte que no me veas, porque seguro que me dejarías”.
“Tonto”.
“Guapa”.
“Te quiero”.
“Y yo a ti”.


A Daisuke le gustaba Jane, y a Jane le gustaba Daisuke. Y eso era perfecto.

Mi querida columnista


Bueno, esta es una pequeña viñeta entre Natsuki y Layna, las dos chicas del dibujo, y la relación que las une a pesar de ser tan diferentes. Tenía que explicarlo XD Era una de mis materias pendientes.
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“¿Cómo has dicho?”
“Mi querida columnista”
“¿Tu querida columnista?”
“Sip, eres mi querida columnista”

Natsuki parpadeó un par de veces y luego se sonrojó. Bajó la mirada hasta su batido de fresas y fingió que lo encontraba lo más interesante del mundo.
Frente a ella, haciendo una burbuja con su refresco, Layna se comportaba con fingida indiferencia.

“Eres un poco rara”, dijo la mayor, ganándose una sonrisa de la rubia.
“Ya lo sé, pero no es culpa mía”, se excusó Layna. “Antes de conocer a mi novio, yo era una persona muy cuerda”
“Ya…”

Estaban las dos en la terracita de una heladería. Aquella tarde de verano estaba resultando de lo más calurosa y Natsuki no podía entender como la joven rubia parecía estar tan fresca. Ella no podía soportar el calor, le daban sofocos y se sentía menopáusica (aunque solo tuviera 23 años), en cambio Layna parecía aguantarlo estoicamente. Gruñó por lo bajo, imaginando que en invierno, mientras ella tendría la nariz roja y los dientes castañeando de frío, Layna seguiría pareciendo ajena a todo como una diosa. Aquello le dio un poco de rabia.

“Y, aparte de escribir, ¿qué te gusta hacer?”
“Eh… Pues mmm… Me gusta… La jardinería, por ejemplo”, dijo Natsuki tras los titubeos.
“¿Te lo acabas de inventar?”
“Más o menos. A ver, me gusta la jardinería (de hecho, mi suegra es una experta y me ha enseñado mucho) pero no es que sea una verdadera afición”
“¿Entonces?”
“No tengo muchas”, Natsuki volvió a enrojecer. “Desde pequeña me he limitado a hacer lo que tenía que hacer para salir adelante sola. Escribir es lo único que hacía medianamente por placer”
“Oh… ¿Y fue muy duro? Tu niñez, quiero decir”. Ahora era el turno de Layna de mostrarse tan interesada como vacilante.
“Bastante duro, si. Pero tampoco estoy tan mal?”
“¡Qué va! Eres estupenda”.

Natsuki volvió a enrojecer ante el halago.
Había conocido a Layna un par de meses atrás, cuando por casualidad, mientras hacía la compra semanal con Evan, la muchacha la había detenido para preguntarle si era Aoi Natsuki, la columnista del diario de la ciudad.
“Soy una gran admiradora tuya”, le había dicho la rubia con los ojos brillantes, dejando tanto a Nat como a Evan con la boca entreabierta.
Lo que había sorprendido a la castaña, pero, no había sido lo mismo que lo que sorprendió a su pareja. Si bien se había sorprendido al ser reconocida por alguien que afirmaba ser su fan (cuando hasta la fecha ni siquiera había estado segura de que alguien leyera su columna), lo que más impactó a Natsuki fue el encontrarse frente a frente con el doble en rubio de su hermana muerta catorce años atrás.

“¿Y dices que no estás emparentada con los Natsuki por ningún lado?”, le había preguntado a Layna aquel mismo día de conocerse, cuando fueron a tomarse un café.
“Yo diría que no. La familia de mi madre era toda alemana, y que yo sepa por parte de padre no tengo ningún familiar apellidado Natsuki. ¿Por qué lo preguntas?”

Y Natsuki le contó a Layna lo de su parecido con su difunta hermana Somii, ganándose una mirada emocionada de la rubia, que prometió investigar a fondo para descubrir si estaba emparentada con su ídolo mediante lazos reales de sangre.
Después de aquel primer día volvieron a verse varias veces más. Aunque Layna no había podido sacar nada en claro de la posible relación entre las familias de ambas, no perdía ocasión de verse con ella para pasar las horas charlando. Natsuki se sorprendió a sí misma disfrutando de aquellos encuentros con Layna, a pesar de que la rubia era muy jovencita y que ella misma, por su carácter y modo de hacer tranquilo, se comportaba como alguien mayor y la diferencia entre ambas era gigante.
Porque ella se sentía bien con Layna.

“Eso es porque es tu amiga”, le había dicho Evan, orgulloso de ella. Y es que los amigos de Aoi Natsuki, pese a ser una mujer encantadora, podían contarse con los dedos de una mano.
Layna y ella eran muy diferentes, chocaban en casi todas las opiniones y tenían gustos radicalmente opuestos, pero se apreciaban muchísimo la una a la otra. La admiración de Layna por ella se había transformado en amistad y cariño, del mismo modo que el perturbador físico de Layna había dejado de resultarle curioso para volverse gracioso.
Porque ambas se querían.

“Así que aparte de escribir, no te gusta hacer nada”, dijo Layna algo sorprendida, sacando a Natsuki de sus cavilaciones. Le sonrió.
“Bueno, sí que me gustan otras cosas, pero supongo que no pueden compararse”.
“Si es que lo que yo decía”, dijo Layna con una sonrisa y ojos brillantes de emoción. “Has nacido para escribir, eres mi…”
“…querida columnista”, terminó por ella interrumpiéndola.

Sí. Layna le caía muy bien.