Le echa una mirada de reojo al móvil y tiene ganas de usarlo aunque sabe que no debe hacerlo. Quiere, necesita, que alguien la apoye sinceramente, solo por el placer de querer animarla y no por cortesía o para auto consolarse en aquellos días oscuros. Añora a Ami más que nunca, porque nunca habían pasado tanto tiempo separadas y superadas, y la cama sigue oliendo a Matt.

Entonces, la pantalla del bendito móvil se ilumina y le llega un mensaje de remitente desconocido. No importa, porque sabe quién es. Solo ella conoce ese número. Solo ella le manda mensajes.
Trata de no agobiarte. Come y duerme bien, o no estarás a tope. Te quiero>>
Es escueto pero dulce a la vez. Le sobra. Por primera vez en días, se siente algo realizada. Irónicamente ya no necesita el texto, porque lo tiene memorizado, así que lo borra y recuesta la cabeza sobre la almohada. Siente que apenas huele a nada.

Cierra los ojos. Descansa.

sábado, 25 de julio de 2009

Ángel en prácticas Alea


Esta es la historia de Alea, una ángel en prácticas. Siguiendo más o menos la teoria de Fullmoon, Laura, Eli y yo decidimos que cuando una persona se suicidaba pero tenia el alma pura, se convertía en un ángel en prácticas.
Entre las tres creamos a tres personajes que han ascendido a ángeles en prácticas. Alea es el personaje de Laura (por eso el dibujo), y esta es la historia de como se convirtió en uno.


***************************************


Aquel día era uno de esos durante los cuales ni siquiera puedes alegrarte de disfrutar del descanso eterno que proporciona la muerte. Las almas llegaron con abundancia, como si se hubieran puesto de acuerdo para morir a la vez, y los ángeles que se encargaban de guiarlas hasta el cielo – o el infierno -, los ángeles de la muerte, estaban más ocupadas que nunca. Sae y Ezze eran los que iban más con el agua al cuello, porque eran los encargados de controlar a los demás ángeles y sus almas, y aunque durante las jornadas de tránsito tranquilo se dedicaban a enseñarles a sus pupilos lo que debían hacer para poder convertirse en ángeles de verdad, aquel día les habían echado para que no molestasen.
- No estáis preparados – les dijo Ezze con su habitual voz serena dominada por la prisa (Sae ya se había esfumado hacía rato, blasfemando contra la cantidad de trabajo de una forma muy poco angelical) -. Cuando seáis ángeles de la muerte y os encontréis con un día así, desearéis volver a moriros.
Y se fue con una sonrisa, orgulloso de su propio chiste.

De aquel modo, Jas y Alea se quedaron plantados en medio del bullicio sin poder hacer nada. Jas miró a su alrededor con una mueca de disgusto, pensando que en aquellos momentos el purgatorio parecía más bien una estación de trenes o la recepción de un hotel, y sintiéndose incómodo al estar rodeado de tantas y tantas almas. Alea, en cambio, estaba en su salsa: sonreía anchamente, como si no le importase que toda aquella gente que estaba allí hubiese llegado después de morir en la Tierra, y lo miraba todo con sus ojos verdes y picarones, dando saltitos de excitación, ansiosa por hacer algo.
Jas la miró con reproche, lamentando que Lif, la maestra de Inami (la tercera ángel en prácticas), hubiera considerado que era capaz de atender sus obligaciones como ángel de la muerte a la vez que educaba a su pupila y se la hubiera llevado con ella. Inami era muy tranquila y callada, y aunque era la mejor amiga de Alea, su carácter concordaba mucho más con el de Jas.
El muchacho suspiró, resignado a pasar la mañana solo. Se negaba a quedarse allí plantado junto a la loca de Alea, por lo que se dio la vuelta para alejarse de la zona de llegadas.
- ¿A dónde vas? – quiso saber Alea a sus espaldas. Jas siguió andando con las manos en los bolsillos, fingiendo no haberla escuchado, pero Alea le alcanzó con su inamovible sonrisa -. ¡Jas! ¿Dónde vas?
Él se encogió de hombros y la fulminó con la mirada. Solo quería encontrar un lugar tranquilo en el que echar a perder la mañana, pero Alea y tranquilidad no eran precisamente sinónimos, por lo que no esperaba conseguirlo con ella pegada a sus pasos.
- Qué bien que tengamos el día libre, ¿verdad? – le preguntó ella con su alegre voz de pito -. Yo no tenía muchas ganas de dar clase hoy, porque últimamente Sae está más estricta que nunca con todo eso de la concentración y la espiritualidad y no para de gritarme, aunque entiendo que lo haga porque no le presto mucha atención, pero claro, tu todo esto ya lo sabes porque Ezze también es muy estricto. Lif es mucho más considerada en ese aspecto, pero el hecho que se haya llevado a Inami con ella hoy en lugar de darle el día libre como a nosotros hace que…
- Alea – la interrumpió Jas con el ceño fruncido, mareado por la cantidad de cosas que la chica acababa de soltar del tirón -. Cállate.
Ella puso morritos de frustración, pero se contuvo para no soltarle ninguna bordería y acabar discutiendo con él, cosa que provocaría tener que pasar la mañana sola. Anduvieron en silencio un trozo más, hasta que Jas consideró que se habían alejado lo suficiente del barullo y se dejó caer sobre el mullido suelo de nube blanca. Alea le imitó, callada pero sonriente, mirando a su alrededor en busca de cualquier cosa que pudiera ayudarla a divertirse. Jas la miró de reojo, alucinando al ver que incluso sentada en un lugar tan aburrido como aquel era incapaz de quedarse quieta.
- ¿Nunca te he dicho que odio que siempre estés sonriendo así, como si repartieras alegría? – le soltó de repente, sin darse cuenta. Alea le miró fijamente.
- ¿Nunca te he dicho que eres el muchacho más serio y amargado que me he echado nunca en cara? – le respondió son perder la sonrisa y su tono alegre. Jas la miró ladeando la cabeza, sin ofenderse en lo más mínimo.
- Lo digo en serio – le reprochó -, ¿acaso no sabes que lo que hiciste para llegar aquí estuvo mal?
Alea le miró ampliando aun más su sonrisa, si aquello era posible.
- ¿Allí?
Jas se incorporó para mirarla con atención. Alea sonreía igual que siempre, pero el chico creyó entrever algo en su mirada, algo diferente, forzado. Ellos dos nunca habían hablado en serio y a solas, de hecho casi todas sus conversaciones a solas (y las que no eran a solas también) habían acabado derivando en peleas causadas por sus diferencias, y cuando no peleaban trataban de no tocar temas espinosos para no engancharse, por lo que aquello les venía de nuevo a los dos. Lo único que sabían el uno del otro era que ambos eran ángeles de la muerte en prácticas, por lo que ambos se habían suicidado en vida.
Por algún motivo Jas no recordaba nada de su vida anterior, pero aquello no era demasiado común y nunca se había parado a pensar en que sus compañeras si recordaban su pasado y tenían que vivir con él. No recordar nada de su vida hacía que Jas se sintiera un poco triste y vacío, como si hubiese olvidado una parte muy importante de sí mismo, pero a la vez se alegraba porque así evitaba revivir los hechos que lo habían llevado al suicidio. Ese era el motivo por el que Alea le sacaba de quicio: en lugar de comportarse como cualquier otra persona con un pasado tormentoso, se dedicaba a sonreír y hacer el loco como si fuera muy feliz en el purgatorio, y de repente Jas sintió curiosidad por ese hecho, en lugar de molestia.
- Si, allí, con mi familia… Si es que se la puede llamar así - dijo Alea con un encogimiento de hombros, como si fuera lo más normal del mundo.
- Pero ¿cómo puedes vivir así? Yo no recuerdo nada de mi vida anterior y me siento mal por ello, y en cambio si tú lo recuerdas todo, ¿cómo puedes parecer tan despreocupada?
- Es una historia muy larga.
- Podré soportarlo. Tenemos toda una eternidad… - murmuró con sarcasmo, abarcando las nubes infinitas que les rodeaban - … o un día de fiesta, al menos.
Alea dejó escapar una risilla aguda y Jas se sorprendió al notar que la escuchaba con una sonrisa. Él nunca sonreía.
- Todo empezó cuando nací, hará ya unos 45 años – empezó a recitar, y luego sonrió -, como ves soy algo viejita. Bueno, pues yo nací en un país del norte de Europa, en una familia bienestante y algo chapada a la antigua. No sé si conoces el estereotipo de gente del norte: piel blancuzca, ojos azules y cabellos rubios y sedosos – Hizo una pausa y se señaló: piel pálida pero sin llegar a ser demasiado blanquecina, ojos de un profundo verde bosque y los cabellos rojos y rebeldes como el fuego -. Imagínate lo que ocurrió cuando mi padre me vio. Tanto él como mi madre poseen los típicos cánones de belleza nórdica, y como el suyo había sido un matrimonio concertado y sin amor, el hombre pensó que mi madre le había sido infiel y se enfureció. Nací en una familia sin amor y, por lo tanto, fui criada sin amor, por un padre que me odiaba y una madre que me rechazaba y no se preocupaba en absoluto por mí. Ella solo trataba de mostrarse perfecta de cara al exterior, aunque su vida fuese una mierda, porque aquel era su papel en la familia, y nunca pareció disconforme con él.
>> Además de ser diferente, yo era una niña, por lo tanto no era el heredero que mis padres esperaban y solo recibí, si cabe, más rechazo por su parte. Nací en la familia y la época equivocadas – se quejó con un suspiro profundo. Jas la miraba fijamente, prestando toda su atención. Alea sonrió con un deje de tristeza que nunca le había visto, pero sin perder del todo su orgullo y su aplomo -. Aunque no te lo creas, jamás salí de mi casa. Nunca. Ni una sola vez. Mi padre me lo prohibió, pues había dicho a sus conocidos que su primogénita había nacido con una salud muy delicada, y así evitaba pasar por la vergüenza de que otras personas influyentes como él me vieran y creyeran que no era su hija biológica, sino el fruto de una infidelidad. Me tuvo siempre encerrada, igual que encierras a un pájaro en su jaula, y vigilada para evitar que me escapase. Para él, yo no era nada más que un… - hizo una pausa, su sonrisa se había esfumado y parecía muy triste y descolocada - …un monstruo.
Jas le cogió la mano y Alea respingó, mirándole sorprendida, como si se hubiese olvidado de que el chico también estaba allí.
- ¿Fue por eso que te… suicidaste? – preguntó, impaciente. Alea negó suavemente con la cabeza, recuperándose un poco y esforzándose por esbozar una sonrisa.
- No, yo aguantaba. Incluso me esforzaba por convertirme en una hija ejemplar para que mi padre pudiera sentirse orgulloso. Pero un día, mi madre enfermó y no tardó en morir – no lo dijo con tristeza, simplemente como quién comenta un hecho -. Entonces empezó el verdadero infierno, porque mi padre descargó toda la rabia que le tenía sobre mí. No paraba de repetir que era todo culpa mía, que había traído la desgracia a la familia y que yo no debería estar…
No continuó, porque se le cortó la voz y se le llenaron los ojos de lágrimas. Ella se las limpió con un manotazo furioso, y Jas sintió que se le encogía el estómago. Nunca antes la había visto tan triste. Nunca.
- No hace falta que sigas – le dijo para consolarla.
- No, es que quiero hacerlo – murmuró Alea. Jas esperó en silencio a que se calmara y tras unos instantes la chica respiró hondo -. ¿Por dónde iba? ¡Ah sí! Llegó a pegarme y me prohibió llorar. A mí me dolía mucho, no por los golpes, sino por el hecho que fuera él quien me los diera. Supongo que a pesar de todo yo le quería, y deseaba que él también me quisiera…
>> Un día en el que estaba especialmente enfadado, cogió unas tijeras y me cortó el cabello. Yo lo tenía muy largo y bonito, pero él lo odiaba porque era la causa de su caída en desgracia y me lo cortó – murmuró acariciando sus rebeldes rizos, que le llegaban por los hombros -. Fue entonces cuando me di cuenta de que no podía más. Mi padre decía que yo no debería existir, yo misma empecé a pensar lo mismo, de modo que decidí cumplir su deseo…
La chica levantó su mano izquierda y desabrochó el puño de camisa que siempre llevaba puesto. Acarició su muñeca con mimo y luego permitió que Jas la viera: estaba llena de cortes.
- Espero que al menos se sintiera satisfecho con algo de lo que hice – dijo con amargura, refiriéndose a su padre -. Aunque fuera esto.

Jas no sabía que decir. Sentía que había sido muy injusto con Alea desde que había llegado, y le invadió una oleada de cariño por ella. De repente la vio como lo que era: una muchacha estupenda que había tenido que pasar por una experiencia muy dura y que se merecía disfrutar de toda la felicidad del mundo. Notó que también empezaba a verla como una amiga de verdad, como Inami, y supo que ella también lo consideraba un amigo, porque de otro modo no le habría contada nada de aquello.
Se miraron a los ojos y sonrieron, ella en paz y él con calma.
- Ahora ya sabes porque soy feliz aquí – le dijo con alegría verdadera -. Porque soy libre.
Luego le guiñó el ojo y se levantó, dejando a Jas mirándola confundido.
- Bueeeeeeeeno, me parece que me voy a molestar un poco a esos de allí – le dijo, señalando la dirección en la que quedaba el purgatorio -. Hasta luego.
- Hasta luego – murmuró él con una sonrisa, tumbándose en el suelo para disfrutar de la tranquilidad de la mañana. Alea se alejó dando saltitos, y Jas la miró atentamente, viéndola diferente a la chica pesada e incordiante que le había seguido hasta allí cuando solo quería estar tranquila.
- ¡Eh! – gritó Alea de lejos, mirándole -. Recuerda que no se lo puedes decir a nadie: ¡Es nuestro secreto!

Y Jas se puso rojo. Cerró los ojos, con más ganas que nunca de recordar su pasado, tal vez para lograr superarlo y ser feliz de una vez, como Alea, y seguro de tener a más de una persona dispuesta a escucharle para hacerle sentir mejor.
- Pobre Alea – pensó, pero en el fondo no lo sintió, porque ella no lo sentía, y eso estaba bien y le hizo sentir mejor.
Y luego se quedó dormido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario