Le echa una mirada de reojo al móvil y tiene ganas de usarlo aunque sabe que no debe hacerlo. Quiere, necesita, que alguien la apoye sinceramente, solo por el placer de querer animarla y no por cortesía o para auto consolarse en aquellos días oscuros. Añora a Ami más que nunca, porque nunca habían pasado tanto tiempo separadas y superadas, y la cama sigue oliendo a Matt.

Entonces, la pantalla del bendito móvil se ilumina y le llega un mensaje de remitente desconocido. No importa, porque sabe quién es. Solo ella conoce ese número. Solo ella le manda mensajes.
Trata de no agobiarte. Come y duerme bien, o no estarás a tope. Te quiero>>
Es escueto pero dulce a la vez. Le sobra. Por primera vez en días, se siente algo realizada. Irónicamente ya no necesita el texto, porque lo tiene memorizado, así que lo borra y recuesta la cabeza sobre la almohada. Siente que apenas huele a nada.

Cierra los ojos. Descansa.

domingo, 10 de mayo de 2009

Capítulo de la historia de Layna, Samuel y Iago


He aquí como se conocen Layna (la novia de Iago) y Samuel (el mejor amigo de Iago) a espaldas del otro chico. Un pequeño capítulo de lo que es su historia, y el primero de su futura vida conjunta.

Alessando aparece como extra, el demonio forma parte de la vida de Samuel, pero no de la de Layna y Iago. Su relación pertenece a otra historia:



********************************************************


Layna dio una patada al aire, enfadada, y se dejó caer sobre la cama como una casaca vacía. Abrazó una almohada, con ganas de morderla hasta liberar toda su rabia, pero se contentó con hundir la cabeza y sollozar un poco. Su móvil sonó con un pitido agudo, llamándola, y ella se apresuró a apagarlo.
No tenía ganas de hablar con Iago, porque si lo hacía acabaría gritándole y luego se sentiría peor. Emitió un sonido entre un ruido y un nuevo sollozo, reprochándose a sí misma que en aquel momento no tenía porque ser considerada con él, porque estaba enfadada y tenía todo el derecho del mundo a armar un buen berrinche. Ya dejaría el sentimiento de culpabilidad a un lado para después.
Se dio la vuelta, aovillándose en la cama, sintiendo una ligera quemazón en los ojos. Los cerró, reprimiendo las ganas de llorar, porque ella nunca lloraba. Era fuerte, segura, y nunca lloraba. Mucho menos por un chico. Aunque aquella tarde había estado a punto de hacerlo delante de él.
“¿Qué te pasa, Layna? No lo entiendo”, repetía la voz de Iago en su cabeza. “No lo entiendo”. Bien, era su problema no entenderla, ya que al fin y al cabo había confiado en él lo suficiente como para permitirle que llegase a conocerla bien. Grave error, por supuesto. Confiar en las personas solo hacía daño, y ella lo sabía, porque lo había vivido de primera mano gracias a su mejor amiga y su propia madre. ¿Cómo pudo llegar a pensar que no le pasaría lo mismo con su novio?
Sollozó de nuevo, y una lágrima se escapó de la comisura de sus ojos. Después de aquella, ya no pudo hacer nada por reprimir el torrente que la siguió, y se limitó a dejarlas salir, sintiendo una amargura de derrota por dentro, por haber roto su promesa de no volver a llorar nunca, y a la vez un sano alivio, que iba limpiando su rabia y su tristeza.

“Estoy exagerando un poco”, se dijo, cuando por fin las lágrimas se fueron, dejándola en calma. “Tal vez he sido un poco dura con Iago, y él no se merecía eso. Si ni siquiera sabe por qué me he enfadado…”. Sintió una punzada de enfado todavía, enfado hacía Iago, que no había sido capaz de ver que la estaba molestando, pero sobre todo se sintió culpable por la manera en la que lo había tratado, porque seguramente él ni siquiera se había dado cuenta de lo que había hecho.
Se dio la vuelta otra vez, mirando el techo de su cama de doseles de niña rica y consentida. Cerró los ojos y pensó en Iago. Pensó en sus niñerías, en sus caprichos, en su manera alocada de hacer las cosas, en su manera de hablarle, de hacerla sonrojar, en su manera de quererla, tiernamente y sin presiones. Pensó en su sonrisa despreocupada, y en la pasión y energía que ponía en todas y cada una de las cosas que hacía, y pensó en la culpabilidad y la confusión que había en sus ojos unas horas antes, justo cuando ella se había marchado enfadada.

Samuel Sen había sido el problema.
No el problema directamente, el causante adrede, pero si el problema.
Layna no le conocía en persona, pero en cambio había aprendido tantas cosas de él que le resultaba extraño pensar que todavía no lo había visto nunca. A Samuel, Sam para los amigos y Samy para Iago, le gustaba dibujar, cantar y hacer fotos. Tenía un hurón de mascota, llamado Kirara, y fue un regalo de su hermana mayor quien, por cierto, era modelo famosa. No estudiaba en el mismo instituto que ella, porque hacía bachillerato de artes y en el suyo no se practicaba. Le gustaba ir al cine los domingos, los caramelos rellenos de polvos pica-pica y las camisetas azules, y Iago repetía constantemente que, si le hacía enfadar de verdad, Samuel era capaz de dejar sordo a alguien con su potente voz, que normalmente sonaba aguda y melodiosa. Era, simplemente, el mejor amigo de Iago desde los párvulos.
No era que a ella todo aquello le causase molestia, ni que fuese la típica novia celosa que acaparaba a su chico y no le dejaba ver a sus amigos. Al contrario, se alegraba de que existiera alguien en ese mundo a parte de ella que fuera capaz de apreciar a Iago con todas sus virtudes y defectos desde la guardería, y que a pesar de la distancia entre ellos, todavía quisiera que lo acompañase al cine todos los domingos.
No, el problema no era la inquebrantable amistad que había entre los dos, sino el hecho de que ella, una completa desconocida para Samuel, conociera la talla de zapatos que gastaba, la marca de lápices que usaba para dibujar y supiera que el año pasado había veraneado en Kyoto y Osaka. El problema era que ella le conocía perfectamente sin que él lo supiera, porque Iago se lo explicaba todo, sin importarle que fuera personal, y con ello traicionaba su confianza y violaba su intimidad.
Para Layna, aquello era lo peor que podía hacer alguien a un amigo, y le recordaba constantemente la traición de Angelique.
Tal vez por eso se había enfadado tanto con Iago, le había gritado y se había ido hecha una furia, cansada de escuchar un día tras otro todas aquellas historias sobre su increíble amigo, que no quería conocer a no ser que fuese él mismo quién se las explicase una vez se conocieran en persona.
“¡Iago, eres idiota!”, le había gritado justo antes de marcharse, con los ojos abnegados en lágrimas que luchaban por salir. Ahora que estaba calmada podía ver con claridad la cara de profunda confusión de su novio, como si todavía estuviese allí, mirándola dolido.
Se sintió culpable, y supo que debía ir a verle de nuevo para pedirle perdón por su rabieta, ya que, en aquellos momentos, Iago pensaría probablemente que había sido tan solo un ataque de celos, por dedicarle tanto tiempo a Sam. Sin embargo no se movió de su posición en la cama y continuó con la mirada perdida, preguntándose cuantas cosas sobre ella le habría contado Iago a Samuel, y si debería conocerla tanto como ella a él. Se auto consoló pensando que, como mínimo, todavía no le había dicho a Iago su talla de ropa, ni le había explicado sus últimas vacaciones en China, y que como mucho podría decirle a su amigo que odiaba que se metieran con el color de sus ojos y que su complemento favorito para el cabello era el pasador rosa que él mismo me había regalado.
Bueno, también podría contarle un par de cosillas más… O dos pares de cosillas… O tal vez más.
Layna se durmió acongojada, pensando que, en realidad, había depositado tanta confianza en Iago que a esas alturas ya la conocía perfectamente. Y eso, en parte, la asustaba, pero por otro lado, le proporcionó tranquilidad.



Empezaba a hacerse de noche, y corría un poco de viento, por lo que la temperatura era algo baja y estaba empezando a tiritar, pero no por ello detuvo su bicicleta ni paró de pedalear. Dentro de su puño cerrado sobre el manillar, había un papelito arrugado que contenía la dirección a la que se dirigía. Faltaba poquito, por eso no se detuvo a pesar del frío que empezaba a sentir sobre sus manos y sus brazos desnudos. Podía parecer un poco idiota presentarse en casa de aquella chica en aquel momento, pero al fin y al cabo su mejor amigo le había llamado hecho un mar de lágrimas, diciéndole que se había peleado con su novia y que ni siquiera sabía por qué.
Sintió una presencia a su lado, y ni siquiera se molestó en mirar.
- ¿Qué estás haciendo aquí, Aless? –le preguntó al demonio, que se movía con el aire de forma invisible.
- Oh, te acompaño, está claro – contestó con voz divertida al sentirse descubierto -. No me hace gracia que mi protegido vaya solo por la calle de noche.
- ¿Dejarás que Layna te vea?
- Por supuesto que no Samy, seré discreto. Es que siento curiosidad por saber cómo es esa extraña chica que se ha enamorado del tonto de Iago...
Samuel sonrió, frenando su bici justo delante de una casa grande, enorme, con preciosa arquitectura y hermosos jardines. Aunque empezaba a ser de noche y no se veía bien, se notaba que era cara, exquisita, y sonrió al pensar que, probablemente, era cuatro veces mayor que su propia casa. Sentía al demonio pulular a su alrededor, pero no le prestó atención, y se dirigió a la verja de la mansión pulsado el timbre. Tardaron un poco en contestar, pero la amable voz de una mujer anciana le recibió por el telefonillo.
- ¿Quién es?
- Buenas noches, y disculpen la interrupción. Me llamo Samuel Sen, soy amigo de Layna.
- Oooh – sonó la voz de la mujer a través del interfono. Samuel casi pudo asegurar que sonrió -, amigo de la señorita Urri, claro, claro.
Con un timbrazo suave, la puerta de la verja se abrió dándole paso, y él entró, dejando la bicicleta apoyada junto a unos setos. La puerta de la casa se abrió también, dejando ver la figura de la anciana mujer, menuda y encorvada, pero con gesto amigable.
- He llamado a la señorita, enseguida baja – le dijo, sonriendo encantadoramente - ¿Quiere pasar? Pronto se iba a celebrar la cena, pero podría prepararle una taza de té…
- No se preocupe, señora – la tranquilizó él con amabilidad -, esperaré aquí.
- ¿De verdad, señorito? Piense que no es ninguna mo…
- Retírate nana, muchas gracias, yo acompañaré al señor Sen – irrumpió una voz entrando en el recibidor. Se trataba de una chica rubia, de su misma edad, guapa y con pintas de señora de la casa. A pesar de su cara confundida, se la veía amable y buena chica, y Samuel no tardó en entender que le había visto su amigo.
La mujer anciana se retiró con una sonrisa y un intento de reverencia, y volvió a las cocinas para ultimar los detalles de la cena. Samuel y Layna quedaron solos en la habitación, sin contar la presencia de Aless, que revoloteaba plácidamente. Ella parecía incómoda, apartaba la mirada levemente sonrojada, con vergüenza, y él sonrió tranquilamente para calmarla, tendiéndole la mano.
- Hola, soy Sam – se presentó directamente como Sam, como un amigo, y eso tranquilizó un poco el nerviosismo de Layna -. Siento presentarme así, pero… Bueno, esto…
- Tranquilo – le excusó ella, bajando la mirada -, ya me imagino a que has venido. Es por él, ¿verdad? Te ha llamado, te ha dicho que me he puesto celosa de ti, y tu, todo caballeroso, has venido a decirme que no me enfadé y le perdone.
Samuel parpadeó confundido. Era verdad que había venido por Iago, pero los motivos no eran precisamente aquellos.
- No… No exactamente – soltó una risita nerviosa -. En realidad solo me ha dicho que habéis discutido, y yo he venido a verte. No ha resultado muy difícil encontrar tu dirección en la guía, Urri es un apellido poco frecuente. Iago no tiene nada que ver.
- Oh – ella se quedó callada, luego hizo una señal hacía arriba -, ¿de verdad no te apetece un té? En mi habitación podremos hablar tranquilamente.
- Está bien – sonrió él de forma amigable.

La habitación era grande, limpia y refinada, del mismo modo que las tazas de porcelana para el té que la nana subió para ellos encantada. Layna se lo sirvió, procuraba evitar mirarle a los ojos, y Sam supuso que estaba muerta de vergüenza.
- Tranquila – le dijo sonriendo de nuevo -, que no muerdo.
- Lo siento – ella bajó la mirada un poco más -. Es que me merezco que hayas venido a regañarme, no me he portado bien con Iago.
- No vengo a regañarte, tranquila – se rió él sin burla -. Solo vengo a hablar contigo, para saber que ha pasado y poder quedarme tranquilo. No se me hace extraño pensar que Iago haya hecho cualquier tontería que te haya hecho enfadar – cruzó los brazos y frunció el ceño de una forma graciosa que hizo sonreír a Layna.
- En realidad – dijo con una sonrisa más calmada – no ha hecho ninguna tontería. Bueno, ninguna tontería de las suyas, claro.
- Pero si ha hecho algo que te ha molestado
Layna puso cara de culpabilidad justo después de mirarle a los ojos, y tomó un sorbo de té.
- Iago me ha dicho que estaba hablando contigo sobre la secundaria, que estaba contándote algunas de nuestras aventurillas con los profesores, y que debe de haber dicho algo que te molestase, porque te fuiste echando chispas – la chica no respondió, pero hundió un poco los hombros - ¿Qué pasó, Layna?
Ella miró por la ventana, a pesar de que no se veía nada con claridad. Sus ojos expresaban culpabilidad, seguramente por haberse enfadado de aquel modo, pero a la vez se veían tristes y dolidos.
- ¿Qué sabes de mí, Sam? – acabó por preguntar, medio ausente.
- ¿A qué te refieres?
- ¿Qué sabes de mí? – repitió.
Sam frunció los labios en silencio, preguntándose qué quería decir aquella pregunta, y a la vez recopilando la escasa información que tenía de ella.
- Sé que eres… La novia de Iago – dijo resumiendo sus pensamientos -, y tenía muchas ganas de conocerte.
- ¿Y qué más? – ella se giró para mirarle nuevamente a los ojos, con aquella mirada verde como el follaje de los árboles.
- Mmm… - Sam ladeó la cabeza, con sus ojos azules reluciendo como el profundo mar – No lo sé, ¿qué más debería saber?
Sonó un poco brusca, y su cara adoptó una expresión de profunda tristeza. Sus miradas estaba cruzadas, bosque y océano, formando una buena combinación. Faltaba la claridad del cielo que contenían los ojos de Iago para que fuera del todo harmonioso.
- Explícame todo lo que te ha contado de mi
Samuel frunció los labios todavía más, confundido. Recordaba perfectamente el día, dos o tres meses atrás, en que su mejor amigo había irrumpido en su casa, feliz como una campanilla, y le había dicho “me he enamorado”. Layna y Iago tardaron poco más de dos semanas en empezar a salir formalmente, y el chico parecía más feliz que nunca, y no paraba de repetirle que se moría de ganas de presentársela, para que comprobase por si mismo lo maravillosa que era. Si todavía no lo había hecho era porque quería hacerlo bien. Iago nunca se conformaría con que se conocieran una tarde para tomar un café, no, él quería hacerlo perfecto, un día perfecto, porque era un detallista, un pijo y un caso perdido. Sam había aprendido a ser paciente con él, pero en aquel momento las circunstancias le habían obligado a prescindir de su amigo y dirigirse por propio pie a ver a Layna.
- En realidad, nada – respondió con suavidad, sinceramente -. No para de repetirme que eres maravillosa, pero está esperando a que sea el momento idóneo para que te conozca personalmente. De hecho, si llega a enterarse que estoy aquí, le daría un ataque al corazón.
Fue el turno de Layna de fruncir los labios con confusión.
- ¿Nada? – preguntó sin acabar de creérselo -, ¿ni mis colores preferidos, ni mi comida favorita, ni la música que odio?
- Nada… ¿Acaso debería habérmelo contado? Deberías hacerlo tú misma en cuando me consideres tú amigo, ¿no? - La chica parecía incrédula, como si no se lo creyese, y entonces Sam recordó un pequeño detalle que su amigo si había comentado – Oh. Iago me dijo que, para poder saber cómo eras, tendría que esperarme a conocerte. No entendí por qué, pero no me ha contado nada de ti, y eso que suele ser un bocazas.
Layna abrió los labios con sorpresa, bajando la mirada hasta sus manos, fuertemente cerradas. El silencio se adueñó del lugar, incluso Aless se quedó quieto en un rincón, observando sin moverse. Sam miró fijamente a la chica, paciente, sin prisas.
- Me cuesta confiar en la gente – musitó ella, sin mirarle, avergonzada -, me cuesta mucho. Cada vez que me hablaba de ti… Yo sentía como si estuviera traicionando tu confianza, como si estuviera compartiendo conmigo una parte de él que no le pertenecía, porque era tuya… Y yo no sabía si tú eras consciente de todo lo que comenzaba a saber sobre ti… O si tú empezabas a conocerme del mismo modo que te conocía yo…
El chico asintió, sonriendo de pronto con comprensión. Había imaginado que la pelea se había producido por algún motivo como ese, y ahora comenzaba a comprender los motivos de la chica.
- ¿No podrías habérselo preguntado a él directamente?
- Si… - Layna hizo un pucherito, sintiéndose culpable -. Pero es que estaba enfadada, y no lo pensé… Le hice pagar por algo que ni siquiera había hecho.
Sam le tendió la mano con una sonrisa tranquilizadora. Layna, sin saber muy bien que la empujó a hacerlo, aceptó su mano, sintiéndola suave y calentita.
- Pídele perdón – le aconsejó -. Explícale lo que pasó por tu cabeza en aquel momento, y dile que no hable tan a la ligera. Iago tiene mi permiso para contarte todas las cosas que quiera de mí, pero hazle entender que no puede hacer lo mismo con todas las personas… Y quédate tranquila, en cuanto hables con él, lo tendrás de nuevo a tus pies.
Su calmada sonrisa logró tranquilizarla de verdad, y se rió feliz apretando la mano de su nuevo amigo.
- Gracias Sam – dijo sinceramente -, muchísimas gracias por cuidar de Iago.
- Tranquila mujer… Ahora le cuidaremos entre los dos, ¿vale?
A su espalda, Alessandro soltó una risa sorda que solo Samuel pudo escuchar, como diciéndole “no cuentes conmigo para ello, seguiré metiéndole con él hasta que se muera de rabia”. Él sonrió de lado, dedicándole una mueca divertida que parecía decirle “no esperaba menos de ti”. Layna habló, ajena al intercambio de opiniones entre el chico y el demonio.
- Oye Sam… ¿Crees que deberíamos decirle a Iago que has venido a verme?
- Ni hablar, si se entera que nos hemos visto a sus espaldas me matará, y ademas quiere hacerte una puesta de largo o algo así… Yo creo que lo mejor será dejarle que organice nuestro encuentro a su manera y hacerle feliz. Así tú y yo tendremos que soportar menos rabietas, ¿no crees?
Ambos sonrieron divertidos, levantándose para la despedida. Empezaba a ser tarde, y a Sam le esperaba un buen trozo de pedaleo hasta su casa.
- Bueno, muchas gracias de nuevo por venir – dijo Layna una vez en la puerta, antes de que Sam se marchase -, y encantada de conocerte.
- Igualmente – sonrió una última vez antes de dirigirse hacia la calle -, y estaré encantado de volver a conocerte próximamente.
Layna sonrió al pensar en la puesta de largo. Justo cuando Sam estaba a punto de desaparecer de su campo de visión, Layna apretó el móvil entre sus manos, lista para marcar el número de Iago y hablar con él como todas las noches, levantó la mirada y gritó:
- ¡El rosa! – sonrió, mientras Sam giraba de nuevo la mirada hacía ella, subiendo a su bicicleta - ¡Me gusta el rosa, los pastelitos de arroz y la música instrumental!
Después, cerró la puerta y apretó el botón de llamada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario