Le echa una mirada de reojo al móvil y tiene ganas de usarlo aunque sabe que no debe hacerlo. Quiere, necesita, que alguien la apoye sinceramente, solo por el placer de querer animarla y no por cortesía o para auto consolarse en aquellos días oscuros. Añora a Ami más que nunca, porque nunca habían pasado tanto tiempo separadas y superadas, y la cama sigue oliendo a Matt.

Entonces, la pantalla del bendito móvil se ilumina y le llega un mensaje de remitente desconocido. No importa, porque sabe quién es. Solo ella conoce ese número. Solo ella le manda mensajes.
Trata de no agobiarte. Come y duerme bien, o no estarás a tope. Te quiero>>
Es escueto pero dulce a la vez. Le sobra. Por primera vez en días, se siente algo realizada. Irónicamente ya no necesita el texto, porque lo tiene memorizado, así que lo borra y recuesta la cabeza sobre la almohada. Siente que apenas huele a nada.

Cierra los ojos. Descansa.

domingo, 10 de mayo de 2009

Evan y Natsuki - El nacimiento


Evan y Natsuki han alcanzado un punto de unión completa, y la llegada de dos miembros más en la familia no hará más que incrementar la felicidad de todos:


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Evan se detuvo, respirando hondo, cerrando los ojos. Los nervios a flor de piel.
Las paredes de la sala de espera del hospital eran blancas, el color de la paz, la tranquilidad y el relax, y el ambiente se respiraba anormalmente tranquilo y relajado, con el silencio típico pululando por los rincones. A aquellas horas de la madrugada, no era de sorprender el no encontrar a nadie allí, pero el muchacho echó de menos alguna compañía que le distrajese aunque fuera un poco de lo que estaba a punto de ocurrirle.
Incapaz de quedarse quieto mucho tiempo seguido, no se molestó ni siquiera en sentarse y comenzó a pasear de nuevo, arriba y abajo por la sala de espera.
Se preguntó hasta que punto podía resultar desconcertante la ansiedad de un ángel para un humano corriente, y no le extrañó el hecho que ninguna enfermera se le acercara demasiado. Él, una criatura creada por y para la paz, estaba que temblaba de nervios, y aquel sentimiento se expandía por la habitación como un gas venenoso. Se detuvo, tratando de relajarse, imaginando como se sentirían los pobres médicos encargados de atender a su esposa. Esperaba que la situación de Natsuki no les aturdiera demasiado como para hacerles cometer algún error.
Se le escapó una risita, emocionado de repente ante la perspectiva. Sería padre de un momento a otro. Aquello bastaba para aplacar un poco la preocupación.
Se sentó en una de las incómodas sillas de plástico, escondiendo la cara entre las manos con un hondo suspiro, y cerró los ojos.


Amaneció suavemente, con pereza, sin prisas. Era un domingo como cualquier otro, que se preparaba para pasar sin ningún altercado digno de mención.
A fuera corría un viento helado, pero dentro de la casa, concretamente en la cama, Evan y Natsuki no podían estar más cómodos.
- Mmmmm… ¿Estás despierta? – preguntó el chico, con los ojos cerrados para protegerlos de la hiriente claridad del exterior. Su brazo se enroscaba protectoramente alrededor del cuerpo de la muchacha, mientras ella reposaba cómodamente sobre su pecho.
- No – gruñó, demasiado cómoda como para querer despertar. El cuerpo de su marido era calentito y agradable. Y olía bien. Se movió ligeramente para depositar un beso sobre su pecho.
- Claro, yo tampoco – rió él con suavidad. La abrazó un poquito más, pegándose a ella para sentir su tibieza -. ¿Cómo te sientes?
- Bien… - murmuró con pereza. Una mano grande y suave le acarició la barriga desnuda con dulzura, y ella sonrió, suspirando imperceptiblemente. Evan era el hombre más tierno del mundo (bueno, era un ángel, pero eso carecía de importancia), y era tan perfecto que parecía hecho a medida para ella. Todavía no se creía la suerte que había tenido encontrándose con él, y todavía era más increíble el hecho de que se hubiera enamorado de ella. De ella, que era una chica normal y corriente.
- ¿Necesitas algo? – preguntó, tan atento como siempre. Natsuki negó con la cabeza, con una sonrisa feliz.
- Sí, que te quedes aquí conmigo y no te muevas en todo el día – Evan se rió, halagado, y fue un sonido hermoso que la chica absorbió en silencio.
- En serio, ¿no te apetece nada para comer? Podría traerte el desayuno a la cama, sabes que me quedan unos huevos fritos deliciosos.
- Hum, tentador.
- ¿Tostadas? Con mermelada casera, de la que trajo Nerine el otro día.
- ¿Tratas de sobornarme con comida? – se burló ella, apretándose más en su hueco calentito.
- Claro – suspiró teatralmente, pero le acarició la cara haciéndole una última oferta - ¿Café?
Fue la palabra mágica, la clave para echarlo todo a perder. Natsuki abrió los ojos, juzgando su oferta, dejándose tentar por el desayuno. Evan fantaseaba, casi podía sentir la mermelada de melocotón de Nerine en sus labios, y el embriagante olor del café que…
La chica se levantó de repente, sorprendiéndole por la brusquedad del movimiento. Ella corrió, arrastrando una sábana que la cubría y la protegía del frío, y desapareció.
- ¿Nat…? – comenzó él, incorporándose.
Solo contestó el sonido sordo que propinaban las nauseas matutinas de su novia al perderse por la taza del baño.


Evan sonrió ante el recuerdo, con la mirada perdida en algún rincón poco concreto de la habitación. Removió la cabeza para despejarla un poco y, incapaz de mantenerse sentado durante mucho rato más, comenzó de nuevo su interminable paseo.
A parte de las sillas, de un plástico blanco horrible, había una planta de secano en un rincón, medio muerta por el efecto de la calefacción, y una máquina de aperitivos a su derecha. Durante un momento, los brillantes envoltorios de barritas de cereales atrajeron su atención, y la mente de Evan las convirtió en paquetes de cigarrillos casi sin darse cuenta. Se acercó, con una sonrisa en los labios. Si él fuera alguien normal, y aquello fuese una película de comedia americana, ya se habría fumado un par de paquetes él solito, por culpa de los nervios.
Durante una milésima de segundo se arrepintió de ser un ángel. O de no ser fumador, al menos, ya que probablemente liberaría esos nervios. ¡Maldita esencia, que obligaba a hacer las cosas correctamente…!
Suspiró pesadamente, desviando la mirada hacía la puerta de urgencias, preguntándose cómo se encontraría su Natsuki. Tal vez ya era padre, y no tardarían nada en venir a llamarle. Tal vez había algún problema. Se retorció las manos con nerviosismo, y se quejó una vez más en su fuero interno de no ser un fumador empedernido.


- ¿Cómo? – preguntó Evan distraídamente, levantando la mirada del libro que estaba leyendo.
Natsuki le miró con ojos brillantes, deseosos, pero avergonzados. Estaba apoyada en el umbral de la cocina, arrebujada dentro de un mantón de lana de aspecto calentito. Se tocaba la barriga.
- Chocolate – murmuró, mordiéndose el labio y desviando la mirada, con las mejillas adoptando un adorable tono rojizo – Me apetece comer chocolate
Evan sonrió, cerrando el libro por la página en la que se había quedado. Sin dejar de sonreír, se levantó y se acercó a ella, rodeándola entre sus brazos cariñosamente. Besó sus cabellos, entre feliz y divertido por la vergüenza que su chica sentía al pedirle el antojo. Ella se abrazó a su cintura, escondiendo la cara en el hueco de su cuello.
- Chocolate – repitió él, encantado de que se mostraran los primeros síntomas agradables de su embarazo.
- Aham – su aliento le acarició, haciéndole cosquillas – pero es que no queda ni un poco.
- Creí que habíamos comprado ayer. ¿Has mirado bien?
La chica se acurrucó todavía más, silenciosa. Evan no pudo reprimir una carcajada.
- ¿Te lo has acabado todo?
Natsuki levantó un poco la cabeza, lo suficiente como para dejar entrever unos ojos resignados.
- Cómo si pudiera resistirme.
Presionó los labios contra su frente, y ella cerró los ojos con un suspiro.
- ¿Y qué tipo de chocolate quiere mi princesa?
Ella sonrió, de repente emocionada. Por sus ojos pasó una chispa alegre, feliz, golosa, y Evan se enamoró una vez más. Fuera, más allá de las ventanas y las paredes de la casa calentita, corría un viento helado que impulsaba a los ciudadanos a permanecer bajo el amparo protector de sus hogares, y el oscuro cielo estaba oculto bajo unas pesadas nubes plateadas que anunciaban tormenta.
- Chocolate de cerezas – su sonrisa se ensanchó todavía más, marcando unos adorables hoyuelos en ambos lados de las mejillas.
- Uy, ¿dónde compramos ese?
- Ni idea. Es un misterio - Natsuki se encogió de hombros, divertida. Su mirada se dirigió automáticamente hacia la ventana, y toda su alegría se borró - Oh.
Evan siguió su mirada, fijándose en las alegres nubes. No se amedrantó.
- Bueno, en realidad no importa, no creo que esté abierto tan tarde. Pero buscaré en los 24 horas.
- No… No hace falta que salgas – se excusó, mirándose los pies -. No me había dado cuenta de lo tarde que era. De hecho, ni siquiera me apetece tanto.
- Encontraré tu chocolate – le aseguró atento y con ternura.
- Pero… - Natsuki no pudo terminar, porque Evan la había tomado por la cintura, acercándola a él y besándola por sorpresa. Ella se rindió, si es que alguna vez existió alguna resistencia.
- Volveré en media hora. No te duermas, ¿eh?
Natsuki asintió, apartándose de él mientras se colocaba el abrigo. Le sonrió emocionada.
- Te amo
- Y yo, mi ángel de alas invisibles.


Dani entró a la sala de urgencias como un bólido. Iba despeinado y con las ropas mal colocadas, parecía salido de una película de terror.
- ¡Evan! – saludó emocionado, llegando hasta él a la carrera. La recepcionista le miró desaprobatoriamente, pero Dani, de espaldas a ella, la ignoró.
- Dani, no chilles – regañó Evan con una sonrisa condescendiente. La llegada de su hermano, aunque ruidosa y precipitada, consiguió calmarse un poco - ¿Qué haces aquí? Y el primero, por favor, yo creía que a ti se te enredaban las sábanas.
- No me ofendas – se quejó el ángel con ademán serio. En seguida bajó la cabeza, y sus mejillas adquirieron un tono rojizo muy bello y digno de burlas -. En realidad mamá me llamó. No estaba durmiendo, de hecho, ni siquiera estaba en casa. Yuu va a llegar enseguida, dijo que quería ducharse primero.
- Oh – murmuró Evan después de un minuto de silencio. Logró ocultar una carcajada tras una simple sonrisa -. En cambio, tu ni siquiera te has peinado después de… La diversión.
- Es que quería llegar cuanto antes – se excusó, nervioso y todavía sonrojado. Cambió de tema -. Y dime, ¿ya soy tío?
- Todavía no, creo – Evan se mordió el labio, el nerviosismo había llegado de nuevo, y Dani apoyó una mano sobre su hombro para infundirle ánimos – La verdad es que no me han dejado entrar. Ya sabes, el nerviosismo de los ángeles les confunde, y eso no les convenía.
- Tranquilo, Nat-chan es fuerte.
- Eso ya lo sé, pero es que estoy preocupado… Y ansioso.
Dani lo guió hasta las incómodas sillas, y le obligó a sentarse. A su lado, le rodeó los hombros con uno de sus brazos fuertes y trató de calmarle. Evan no pudo resistirse, a pesar de que le carcomía un poco la vergüenza. Dani era su hermano pequeño, sin embargo le sacaba casi una cabeza y se veía más fuerte. A su lado, parecía un par o tres años mayor.
- ¿Te importa que vaya un momento a por algo para picar? – preguntó el rubio, señalando la máquina de aperitivos con la cabeza -. Después de toda la acción, tengo hambre.
Bueno, en realidad seguía siendo mucho más crío que él. Era un consuelo.


Evan sonrió, disfrutando del agradable sol que bañaba el jardín. Hacía frío, pues todavía era invierno, pero la temperatura era lo suficientemente alta como para confiar en la inminente llegada de la primavera. Ya no quedaban rastros de nieve en las calles, y era el momento de empezar a arreglar los jardines, de prepararlos para que volvieran a lucir hermosos y coloridos.
Se sentó en el porche, observando satisfecho su trabajo. Había limpiado todo el terreno de las malas hierbas, y había preparado la tierra para cuando fuera el momento de plantar las flores y las semillas, y apenas había tardad un par de horas desde que se había levantado, temprano.
- Ni siquiera te has manchado – se quejó una voz soñolienta a sus espaldas.
Se giró, sonriente, para recibir un beso de buenos días por parte de su pequeña, que andaba todavía medio dormida y en pijama. Se levantó, y esta le abrazó.
- ¿Era eso un reproche? – sonrió Evan, estrechándola entre sus brazos.
- No, solo una observación – murmuró ella apretándose más contra el -. Pero mucho mejor así, si no, no podría abrazarte.
Ambos rieron con suavidad, abrazados, y se hicieron un par de mimitos más. Se separaron, pero fueron juntos hacía la cocina, tomados de la mano. Parecían una pareja de recién casados, tan empalagosos, con la diferencia de que ellos vivían juntos desde hacía un par de años, y su amor por el otro no iba a cambiar, al menos por parte de Evan. Natsuki era su razón de vivir, y parecía que la hubieran creado especialmente para él. O tal vez era él mismo quién había sido creado especialmente para Natsuki.
- ¿Qué te apetece hacer hoy? – le preguntó sonriente -, ¿quieres que te prepare el desayuno o prefieres salir a tomarlo por ahí?
- Mmmmm – ronroneó ella, seducida – la verdad es que hace mucho que no me llevas a esa heladería tan deliciosa del centro comercial.
- Desde verano, exactamente – se rió él –, justo desde que empezó a hacer frío.
- Ja, ja, ja – Natsuki le sacó la lengua, sin dejar de sonreír -. Hoy no hace frío. Me apetece un helado extra grande de vainilla y almendras.
- Hum, vainilla y almendras, la gran tentación… - le acarició la mejilla con cariño -. Anda, ve a vestirte. Iremos a la heladería.
Natsuki se esfumó rápidamente, luego de besarle fugazmente en los labios, con prisa. Evan meneó la cabeza, divertido, y dejó a un lado de la cocina todos los utensilios de jardinería. Miró a través de la ventana, algo resignado, sin demasiadas ganas de tomar helado justo ahora que acababa de empezar a pasar el frío, pero tampoco se veía con ganas de negarle ningún capricho a su niña consentida. Menos todavía si le ponía cara de perrillo apaleado.
Entonces, de repente, un grito agudo y horrorizado atravesó el absoluto silencio del hogar.
- ¡AAAAAAAAAAAAAAAAH!!!
Evan salió disparado hacía el piso de arriba, de dónde procedía la voz de Natsuki. Entró en el dormitorio listo para enfrentarse a todos los demonios subidos del averno que fueran necesarios, o para echar al bichejo capaz de asustarla, pero no hizo falta. Allí no había nada extraño. Natsuki estaba de espaldas a él, a medio vestir, mirándose en el enorme espejo del armario con expresión horrorizada, inmóvil.
- ¿Natsuki? ¿Qué ocurre? – Evan se acercó con rapidez a ella para comprobar el problema. Ella no contestó, siguió observando su reflejo con pavor - ¿Nat?
- No… No cierra… - murmuró con un hilo de voz, mirándole de refilón.
- ¿El qué? ¿Dónde está el problema?
La chica tragó saliva con esfuerzo, y señaló con manos temblorosas el cierre de su pantalón, que se encontraba abierto, y parecía demasiado apretado como para lograr cerrarse.
- Oh – jadeó Evan.
Natsuki comenzó a mirarle con pucheritos, mientras le temblaban las manos. Su figura menuda y perfecta no se había visto jamás alterada, y aquello, aunque era inevitable, resultaba un trauma.
El moreno soltó una risa, encantado, y le revolvió el cabello a la muchacha. Ágilmente se arrodilló frente a ella, y posó sus manos sobre el cálido vientre. Apretó con sutileza, sin demasiada fuerza, lo justo y suficiente para sentir que allí había algo cambiado. Le besó la piel antes de moverse hasta su costado para verla de perfil.
Natsuki, con el labio inferior sobresaliendo, se sobrepuso lo mejor que pudo, y sabiendo que aquel momento era mágico y especial, encajonó su horror y contuvo la respiración, sintiendo un poco la emoción del hecho.
Evan observó el perfil de su mujer con ojos rebosantes de adoración, sin perderse ningún detalle del cuerpo que conocía hasta el éxtasis. Sonrió anchamente, con los ojos húmedos, justo al percibir la ligera, pero presente curva, que presentaba el abdomen de Natsuki.
- Ha empezado a crecer.
Alargó los dedos hasta rozar de nuevo el hueco en el que su hijo crecía y crecía sin parar, dando ahora sí muestras tangibles del hecho. Natsuki apoyó su mano, helada, sobre la del muchacho, y ambas se entrelazaron en una caricia.
Luego, rompió el silencio con timidez.
- ¿Te parece que en lugar de un helado, desayunemos algo de fruta? Ya sabes, es saludable para la figura.


Evan suspiró como pudo, con los dorados cabellos de Nerine obstruyendo sus vías respiratorias. Su madre profería gemiditos extasiados de puro nervio, muerta de ganas de que llegase al fin el momento de convertirse en abuela. Con su aspecto de adolescente alocada, la idea resultaba ridícula y todo.
- Neri, en serio, para ya o conseguirás que tu hijo te de un zape. Y te lo merecerás – amenazó Cassandra con los brazos en jarras.
Nerine le sacó la lengua a su hasta hacía poco esposa, pero le hizo caso y soltó al moreno luego de estamparle un sonoro beso en la mejilla.
- Ai cariño, ya verás que pronto nos avisan que ya tenemos aquí a esos dos angelitos.
- Neriiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii – se quejó Cassandra, que también estaba nerviosa.
- Ya voy, ya voy – Nerine se reunió con ella, y en silencio entrelazaron sus manos en un sutil gesto de ánimo. Esas dos seguían pareciendo inseparables, y probablemente lo eran, con la diferencia que en aquel momento eran dos hermanas y no una pareja.
Evan sonrió enternecido, feliz de que sus dos madres hubieran terminado así de bien, y apartó la mirada hacía otro sector de la ahora más que poblada sala de espera.
- ¿Y tú ya serás un buen tío? – le preguntó Yuu a Dani, acurrucada cómodamente entre los brazos de su primo y novio, que yacía repantigado en las incómodas sillas de plástico como si aquellas fueran un trono digno de reyes.
- Claro. Seré el tío más enrollado que van a tener esas criaturas – contestó él con solemnidad.
- Es que serás su único tío… en el sentido estricto de la palabra, claro – se quejó Rosalie a su lado, con cara de sueño. A su lado, Alice dormitaba abrazando a su tortuga de peluche -. Yo pienso ser su tía más enrollada. Sin ánimo de ofender, ¿eh, Yuu?
- Bueno, es un buen punto – coincidió Dani, sonriente -. Pero igualmente me adorarán como al que más. Voy a malcriarles hasta decir basta.
- ¿Y eso por qué? – quiso saber Yuu – A tus hermanas pequeñas les has hecho la existencia imposible.
- Hum, solo por el hecho de hacer enfadar a Evan y Natsuki – se burló el rubio.
- Esa me la apunto – se quejó Evan con voz sombría, sobresaltándoles – Yuu, lo siento por ti, pero si alguna vez llegas a reproducirte con este engendro, vas a sufrir los peores caprichos de tus retoños de mano del tío Evan.
Yuu hizo un saludo militar, con una sonrisa divertida. Todavía tenía que llover mucho para eso, no había motivo para preocuparse… Por ahora.
Yuki se paseó por toda la salta dando saltitos alegres. Parecía un cervatillo feliz.
- Mira tío – ladró Ayashi apoyado desde su rincón de la pared blanca -, o dejas de saltar y te comportas como es debido, o te paro yo.
- Jo, Aya-chan – se quejó Yuki con expresión alegre, acercándose a él - ¿Es que no estás feliz?
- Estaré más feliz después de darte una patada en el culo – ladró. Seguramente era su manera de demostrar que estaba nervioso y emocionado por convertirse en “abuelo”.
Yuki se alejó silenciosamente. Apreciaba demasiado su trasero como para jugárselo de aquel modo, y si de algo podía estar seguro, era de que Ayashi nunca bromeaba (Evan estaba seguro que el mal humor del moreno hacía su tío Yuki se debía a que se había puesto a celar a su madre. Por algún motivo siempre se había fiado más de Cassandra que de Yuki).
- ¡Oye primo! Tengo una pregunta para ti – canturreó Shuichi de repente, colgándose de su brazo. A sus nueve años, era casi tan alto como él, y se veía considerablemente mayor. Qué triste -, ¿verdad que tus hijos serán nuestros sobrinos?
- Noooo, ¿verdad que no? – Hiroshi se colgó del otro brazo, llevándole la contraria a su hermano – Tu eres nuestro primo, pero solo los hijos de un hermano serian nuestros sobrinos, ¿a qué si?
- Claro, los hijos de Yuu van a ser sobrinos nuestros. Pero los hijos de Yuu también serán hijos de Dani, que es nuestro primo – contraatacó el rubio, haciendo que Hiro frunciera los labios -, así que los hijos de nuestro primo serán nuestros sobrinos.
- Pero eso es porque es el novio de Yuu – se quejó el moreno, empecinado – Si Dani no estuviera con ella, no se trataría de nuestros sobrinos.
- Entonces, ¿cómo te lo explicas? – le retó Shuichi. Nadie le ganaba en cabezonería, ni siquiera su gemelo.
Evan los miraba con los ojos muy abiertos. Esos dos siempre, siempre estaban igual, y por extraño que pareciera, todavía no se acostumbraba. Parecía que su mayor diversión consistía en discutir sobre temas extraños. Eso cuando no le estaban gastando una broma a alguien, claro. Últimamente sus víctimas favoritas eran las gemelas, Rosalie y Alice, y parecían mucho más divertidos que nunca.
Yuu, más acostumbrada que él a lidiar con sus hermanos pequeños, se levantó de su cómodo sillón entre los brazos de su novio, y les apartó agarrándoles por el pescuezo.
- Au, au, au, Yuuuuu, ¡que daño! – se quejaron al unísono
- Pues basta de molestar a Evan o os agarro por algún lugar más doloroso – les amenazó ella, alejándoles, después de guiñarle un ojo cariñosamente, para infundirle ánimos.
Evan se mordió el labio inferior, muerto de nervios, y observó a su alrededor. La sala de espera estaba atestada por todos los miembros de su familia, ansiosos por conocer a los recién llegados. Un hospital atestado de ángeles, vaya por Dios. En aquel momento, ese edificio debía ser el más seguro de todo el país.
A pesar de todo, echó algo de menos. Su familia había aceptado a Natsuki con los brazos abiertos como una más, y la querían con locura. Pero echaba de menos un par de humanos nerviosos, tal vez algo preocupados, con canas y arrugas en la cara. Echaba de menos un suegro que le amenazase con dejarle estéril en caso de que su niña sufriera demasiado, o con una suegra de aspecto maternal que le invitase a casa los domingos para comer estofado.
Su Natsuki no tenía a nadie, y eso le puso algo triste.

- ¿¡Dónde está!? – gritó Layna, entrando como un torbellino. Toda su familia se colocó correctamente para interpretar su farsa de seres humanos, pero la rubia ni siquiera les miró. De lanzó sobre Evan con ojos brillantes, mientras su nana la seguía, envuelta en una gruesa bata de noche y cara de preocupación -, ¿Dónde está Natsuki? ¿Ya sois papas? ¿Soy tía? Iago todavía no ha llegado, le he mandado a comprar unas rosas. ¿Le gustan las rosas a Nat?
Evan se abrumó, pero enseguida se le escapó la risa. Sola, sola… no estaba.


- Entonces, ¿qué nombre le vais a poner? – había preguntado Cass, curiosamente.
Se habían reunido en casa de la pareja para comer, aunque, por supuesto, Nerine se había ofrecido a cocinar, alegando que Natsuki no debía esforzarse tanto con aquella barrigota tan preocupante. Ignoró todas las quejas de la anfitriona, y se encerró en la cocina, por lo que Natsuki se había acomodado – como pudo – entre los brazos de Evan, en el sofá.
- Mmmm… - murmuró Evan, sin perder en ningún momento su encantadora sonrisa – La verdad es que todavía no habíamos hablado sobre eso.
- ¿Todavía no?- se había burlado Dani, observando con gesto exagerado la voluminosa tripa de su cuñada -, pues yo que vosotros me lo iría planteando.
- Pero es que es una decisión difícil – le regañó Yuu, sentada junto a Cassandra -, y más si todavía no saben si es niño o niña.
- O ambas cosas – canturreó Nerine, alegremente, saliendo de la cocina con una gran fuente de comida.
Natsuki había agudizado el oído en aquel momento, acurrucándose un poco más junto a Evan. La comida había transcurrido sin ningún accidente ni nada digno de mención, pero cuando las mujeres (y el mártir de Dani) se fueron a sus casas de nuevo, Natsuki se acercó a Evan con gesto pensativo.
- ¿Se te ha ocurrido algún nombre? – le preguntó sacando morritos, envuelta bajo una gruesa manta que ocultaba a duras penas todo su cuerpo.
- Mmm…
- ¿Eso es un sí?
- Mmmmmm….
- Ooooh, Evan dímelo, anda – se acercó más a él, suplicante, y acarició su mentón con los labios – ¿Es nombre de niño, de niña…?
- Bueno… En realidad… - le acarició el cabello, con la mirada algo perdida - ¿Tú no has pensado en ninguno?
- Esto… Si, la verdad es que sí.
- ¿Ah sí? No me lo habías dicho.
- Tu tampoco.
Evan frunció los labios, mientras la chica clavaba en él una intensa mirada. Parecía preocupado, o tal vez… Avergonzado. El aspecto ansioso de Natsuki no era muy diferente.
- Entonces… ¿Niño o niña? – insistió Natsuki, mirándole. Transcurrieron unos segundos de intenso silencio antes de que el hombre respondiera.
- …Niño.
Natsuki suspiró de repente, con aspecto aliviado. Evan la miró con una ceja enarcada.
- Es que yo… Bueno, había pensado un nombre. Pero es de niña.
- Oh. – murmuró sin palabras. Enseguida meneó la cabeza y sonrió levemente - ¿Y cuál habías pensado? Eso podría solucionarnos el problema del nombre definitivamente.
Ambos se mordieron el labio y desviaron la mirada, con un amago de sonrisa. Parecían nerviosos, y no era normal que se sintieran así en presencia del otro.
- ¿Y bien? – insistió Evan sin mirar.
- Es que yo te lo había preguntado antes.
- Mmmmm…
Se miraron otra vez. El chico apoyó la espalda en el mármol de la cocina, y Natsuki se mantuvo de pié frente a él, mirándole entre seria y emocionada. En sus ojos se veía que hacía tiempo que había tomado una resolución, pero que por vergüenza o inseguridad, aun no la había hecho pública. Él se sentía igual.
- ¿Y bien? – Natsuki sonrió, usando las mismas palabras que el chico un instante atrás.
- Jasper – escupió rápidamente, bajando la mirada al sentir que se le subía la sangre a las mejillas.
Una mano acarició su mejilla. Levantó los ojos, un poco húmedos al confesar por fin que el único nombre que había estado dando tumbos en su cabeza era el de su difunto hermano. Natsuki le sonreía, enternecida, y todo rastro de vergüenza se había esfumado de sus rasgos.
- Somii – murmuró ella sin dejar de sonreír, y al instante siguiente sus ojos se llenaron de lágrimas.
Evan la abrazó, y no pudo contener una risa, mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas. Ella se rió también, pero el sonido se entremezcló con los sollozos.
- Por… Por qué… ¿Por qué no me lo… habías dicho antes? – le acusó Natsuki entre risas y lágrimas, divertida y emocionada.
- Creo que por el mismo motivo que tú – se rió, besando su frente en medio del abrazo.
Ella rodeó su cintura como pudo, y entre ambos quedó el bulto en el que se aovillaba el bebé de ambos. Se quedaron en silencio, sintiendo en sus corazones el aleteo de los hermanos perdidos. Si no fuera por qué ambos eran ángeles y lo habrían visto, habrían jurado que estaban allí, con ellos.
- Entonces… ¿decidido? – preguntó Natsuki con emoción - ¿Jasper si es niño y Somii si es niña?
- Aha… Decidido.

No tenían ni idea de que al final ninguno de los dos nombres sería desechado.


Una enfermera entró en la sala de espera con expresión desconcertada. Todo el mundo la miró, y ella, algo intimidada, buscó a Evan.
- Señor Krossite… ¿Puede acompañarme? – murmuró, esbozando una sonrisa.
Dani le empujó, y dijo algo para darle ánimos. Se levantó una oleada de comentarios alegres, pero Evan no los escuchó, tan solo eran un murmullo de fondo. Se acercó a la enfermera con rapidez, y esta se internó por los silenciosos pasillos de urgencias. Pasaron por una infinidad de pasillos, con consultas y quirófanos, hasta llegar a la zona de habitaciones. La enfermera se paró enfrente de una puerta que rezaba > y volvió a sonreírle, esta vez con sinceridad. Se notaba que ya no se encontraba bajo el influjo del nerviosismo de un ángel de parto. Soltó una risilla nerviosa y se sonrojó, y Evan pudo ver en sus ojos su propio reflejo esbozando una sonrisa encantadora. Qué raro, ni siquiera se había dado cuenta de que sonreía como un bobo.
Ella se dio la vuelta con una última mirada de ánimo, y se alejó pasillo abajo. El chico miró la puerta con el corazón latiendo a mil por hora, consciente de que dentro de aquella habitación se encontraban las personas más importantes para él, las razones de su existencia. Suspiró, tomando aire profundamente, y llamó con suavidad. Una, dos, tres veces.
- Adelante – se escuchó desde dentro.
Evan abrió la puerta, a punto de sufrir un colapso nervioso. Entró torpemente, y pudo ver los pies de una cama grande y blanca. Había una gran ventana con cortinas blancas y unas bonitas vistas al patio del hospital, y bajo la ventana había unos sillones viejos. Avanzó a trompicones, y dejó de respirar cuando las dos cunas aparecieron en su campo de visión. Estaban vacías, así que dio un último paso, flotando en su propio límite, para abarcarlo todo.
Entonces todo lo que sentía, su nerviosismo, su emoción, su ansia, se concentraron en un exultante cúmulo explosivo.
Y desaparecieron.
Natsuki le miró con una ancha sonrisa, sinceramente feliz. Estaba pálida, pero su piel relucía extrañamente bajo la luz. Sus ojos estaban marcados por el cansancio y el esfuerzo, y brillaban opacos y castaños, como la corteza de un árbol viejo. Sus cabellos se esparcían de forma desordenada sobre la almohada. Toda ella parecía desmadejada. Evan no la había visto nunca de aquella manera, tan frágil y vulnerable, ni siquiera cuando la conoció, hacía ya años, como una joven humana normal y corriente, pero tampoco la había visto nunca tan hermosa, tan perfecta, tan completa. Tan feliz.
- Acércate – le invitó con suavidad, acariciándole con la voz.
Evan obedeció, y rodeó la cama para acercarse a ella. Entre sus brazos, seguros y protectores, se encontraban dos bultitos pequeñitos que se agarraban a ella con toda la fuerza que les permitían sus diminutos cuerpos. Uno de ellos vestía un trajecito azul celeste y el otro uno de rosa pastel. El chico tembló, al reconocer en ellos a sus bebés.
- Tranquilo – murmuró Natsuki con la voz vibrante -, puedes tocarlos, puedes cogerlos. Lo harás bien.
- ¿Y si se me cae? – se asustó, pero aquello solo provocó que Natsuki riera con suavidad. Como pudo, le alcanzó el bultito azul, que se removió casi imperceptiblemente.
- Tienes práctica – le recordó ella -. Además, tu instinto te guiará.
Evan tragó saliva una vez más, y tomó la frágil figura con delicadeza. Observó sus manos diminutas, que reposaban tranquilamente sobre su pechito, y como todo él se acoplaba perfectamente a sus brazos, como si hubiera sido hecho a medida. Su carita, pequeña y redonda, brillaba hermosa, y su piel era fina y suave. Acercó su rostro al suyo, depositando un cálido beso en su frente calentita.
- Bienvenido al mundo, Jasper – murmuró, feliz, abrazándole con infinito cuidado -. Bienvenido de nuevo, Jas.
Dirigió su mirada hacía la cama de nuevo, desde donde Natsuki le miraba sonriente, sosteniendo a la pequeña Somii entre sus brazos maternales. La felicidad le embargó.
- Felicidades, papá – le dijo ella con una sonrisa.
Y Evan supo, con total certeza, que serían felices para siempre.

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