Le echa una mirada de reojo al móvil y tiene ganas de usarlo aunque sabe que no debe hacerlo. Quiere, necesita, que alguien la apoye sinceramente, solo por el placer de querer animarla y no por cortesía o para auto consolarse en aquellos días oscuros. Añora a Ami más que nunca, porque nunca habían pasado tanto tiempo separadas y superadas, y la cama sigue oliendo a Matt.

Entonces, la pantalla del bendito móvil se ilumina y le llega un mensaje de remitente desconocido. No importa, porque sabe quién es. Solo ella conoce ese número. Solo ella le manda mensajes.
Trata de no agobiarte. Come y duerme bien, o no estarás a tope. Te quiero>>
Es escueto pero dulce a la vez. Le sobra. Por primera vez en días, se siente algo realizada. Irónicamente ya no necesita el texto, porque lo tiene memorizado, así que lo borra y recuesta la cabeza sobre la almohada. Siente que apenas huele a nada.

Cierra los ojos. Descansa.

domingo, 10 de mayo de 2009

Evan y Natsuki - Conociendo a la familia


De como Evan presenta a Natsuki frente a su familia más que peculiar...




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Era un día como cualquier otro de verano. Domingo, las calles estaban desiertas, y muy pocos coches circulaban. Las escasas personas que se encontraban a aquellas horas bajo el sol, aceleraban el paso para regresar pronto a la frescor de sus hogares y huían del calor, paseando a la sombra o cubriéndose los ojos con las manos.

Ajenos a aquello, una pareja paseaba tranquilamente y sin apariencia de sufrir los ahogos típicos del verano. Él rodeaba los hombros de ella con el brazo, y andaban sonriéndose mutuamente con cariño, como si no necesitaran nada más que estar juntos para estar a gusto. La muchacha se acurrucaba sobre su hombro, tranquilamente, sin detener su marcha, plenamente cómoda. Sabía que, si se encontrara abrazando a cualquier otra persona, estaría achicharrándose de calor. Pero no con él, no con Evan. Él era capaz de hacer que siempre se sintiera a gusto, no solo físicamente, sino también emocionalmente. Suponía que tendría algo que ver con la naturaleza angélica del chico, pero el caso era que siempre, siempre, lograba hacerla sentir bien.
Incluso ahora, en aquel momento, en el que se dirigían a casa de la familia del chico para que conocieran a Natsuki, y esta debería estar muerta de los nervios.
- ¿Crees que voy a gustarles? – preguntaba a cada momento con expresión preocupada. La chica, aunque sabía que no debía pensar en ello, se imaginaba siendo rechazada por las madres adoptivas de Evan. Al fin y al cabo, él era un ángel, y ella, poco más que una simple humana. Tal vez considerarían que era demasiado poquita cosa y la despreciarían. La aterrorizaba pensar que aquello podía ocurrir, y todavía la aterrorizaba más que Evan pudiera echarla de su lado por aquello, al darse cuenta de que no valía lo suficiente.
- Claro que vas a gustarles – respondía siempre él, con su eterna sonrisa tranquilizadora, provocando en ella una calma instantánea -, y ya verás como a ti también te gustan.
No dudaba de aquello. Al fin y al cabo, eran las personas que habían acogido a Evan cuando estaba tan solo en aquel orfanato, le habían salvado de la soledad, le habían educado, le habían enseñado y le habían querido. Habían sido muy buenos con él, y solo por eso se merecían que Natsuki les dedicase su mayor admiración.
- Ya, pero… No sé si me considerarán suficiente para ti – murmuró alicaída, agarrándose más fuerte a él para sentir su seguridad.
Evan se detuvo, frenándola con él. Le rodeó la cintura con mimo, provocándole un sonrojo y un hondo suspiro.
- A mi me preocupa más que te consideren demasiado buena para mí.
A Natsuki le entraron ganas de reír. ¿Cómo podría ella alguna vez ser digna de tenerle a su lado? Jamás, ni en el más precioso de sus sueños, habría imaginado poder estar junto a alguien tan maravilloso como Evan. Y, a pesar de todo, él todavía se preguntaba cómo era posible que la hubiera encontrado y hubiera conseguido enamorarla.
Ja, como si cualquier otra opción fuera posible.
Natsuki se puso de puntillas y le besó en la mejilla. Sonrió, sintiéndose la mujer más afortunada del mundo.
- ¿Vamos? Creo que me dijiste que a Nerine no le gustaba nada tener que esperar.



Ciertamente, a Nerine no le gustaba nada esperar, porque se ponía de los nervios. No en el sentido que se pusiera de mal humor, pero si en que, cuando más tiempo pasaba, más cosas veía mal. Que si aquel cuadro estaba torcido, que si las flores de aquel jarrón empezaban a estar mustias, que si la comida iba a enfriarse, que si algo estaba sucio… No era que nada de aquello fuera a ocasionar que las cosas salieran mal, ya que todo estaba extremadamente bien. Era solo que Nerine parecía querer alcanzar su propia perfección aquel día.
- Cálmate pequeña – la avisó Cass por enésima vez, sentada despreocupadamente en el sillón más cómodo de la sala, sin apartar la vista del periódico. La otra chica siguió revoloteando como si no la hubiera escuchado, aunque la castaña era perfectamente consciente de que estaba siendo ignorada -. Vamos Neri, poniéndote nerviosa no vas a conseguir nada.
Ella se giró con un puchero y se lanzó a sus brazos. Cassandra suspiró resignada, apartando el periódico aplastado y acariciando la cabecita rubia de Nerine.
- Es que no puedo evitarlo – lloriqueó con tanto realismo que le habría partido el alma al hombre más cruel del mundo, aunque, por supuesto, no a ella -. ¿Y si no le gustamos?
- Caaaaaalma – la consoló con práctica, mimándola y dándole caricias -. Es la novia de Evan. De Evan – repitió como si fuera lo más obvio y a la vez lo más maravilloso del mundo -. Es imposible que no le gustemos.
Nerine asintió, sin tenerlas todas consigo todavía. Estaba segura de que la chica era buena, muy buena, porque de otro modo no hubiera sido posible que Evan, tan tímido, tan inseguro, tan solitario, se hubiese enamorado de ella. Era muy probable incluso que la pobre hubiera podido llegar a sentirse tan desgraciada como él, ya que al fin y al cabo, cuando su hijo le había hablado por primera vez de Natsuki, había dicho que habían nacido para encontrarse y dejar de estar solos, y aquello inspiraba en la ángel un profundo sentimiento de protección para su todavía desconocida nuera.
- Tienes razón – asintió de repente segura y emocionada provocando que a Cass se le escapara una risa -. Además ya deben de estar al caer, así que mejor termino con la comida.
Antes de haber terminado de hablar, ya estaba casi en la puerta de la cocina, y Cass negó con la cabeza, divertida, antes de recuperar su periódico. Aquella niña nunca cambiaría…



“Que casa tan enorme… Si parece de la realeza y todo”, fue lo primero que pensó Natsuki al ver la residencia Ayashi. Evan solo sonreía un poco avergonzado, no era que gustase de hacer alarde de las riquezas de la familia, pero en aquel momento no había más remedio.
- ¿Todo esto es tuyo? – preguntó la chica con la boca abierta.
- De Nerine – puntualizó él -. Cuando me adoptaron, se empeñó en vivir aquí en la Tierra, porque era lo mejor para mí. Pero no se contentó con este lugar hasta que encontró una casa lo suficientemente grande como para tener un jardín mayor todavía. Y fíjate, cuando me convertí en ángel y pudimos volver a vivir en el cielo, no lo hicimos porque ella se había enamorado de este lugar… Es un poco caprichosa, ya lo verás.
Natsuki sonrió con ternura, agradeciéndole mentalmente a Nerine el gesto, a pesar de la mueca de desdén dibujada en la cara de Evan. Era feliz sabiendo que había alguien en aquel mundo que quería a ese chico tanto como ella, que había sido capaz de renunciar al cielo por él, y le agradeció también el hecho de haber decidido quedarse en la Tierra, porque de otro modo, ellos dos jamás se habrían conocido. Abrazó un poquito más su brazo, con una risita.
- ¿Quieres entrar? – preguntó él. Natsuki asintió, un poco preocupada, pero impaciente a la vez -. ¿Estás nerviosa?
Se sonrieron, y Natsuki fue la primera en dar un paso hacia la puerta. Para llegar tenían que atravesar un caminito de piedra rodeado de flores y arbustos. Una explosión de color. La chica intentó mirarlo todo, con los ojos brillantes, consciente por primera vez del motivo por el que, según le había contado Evan, su madre era el ángel guardián de los Jardines Celestiales. Supuso que el jardín que ella estaba viendo no sería nada comparado con los que habría en el cielo bajo el cuidado de Nerine, y tanta belleza la hizo admirarla un poco más. Tenía que ser una gran mujer, sin duda.
Llegaron a la puerta, grande, como todo lo que se podía apreciar desde fuera, bonita y elegante. Se notaba que era la familia de Evan quién vivía allí, ya que aquel lugar tan hermoso no podía estar habitado sino por ángeles.
Natsuki miró a Evan, ya que el chico no hacía ademán alguno por llamar a la puerta y avisar de su llegada. Levantó una ceja interrogante, y él la miró sonriendo.
- Ya nos han escuchado llegar – respondió él a su silenciosa pregunta.
Como queriendo darle la razón, la puerta se abrió, y un muchacho con aspecto de Adonis les dio la bienvenida. Llamarlo muchacho era ser un poco arbitrario, ya que era alto cono un pino, y se le veía fuerte y poderoso. Era rubio como los rayos del sol, y sus ojos, grandes y del color del chocolate con leche, les miraron con amabilidad. Muy, muy guapo, mucho más que los actores de Hollywood y los modelos de pasarela. Tenía que ser Dani, el hermano pequeño de Evan, a pesar de que no aparentaba 18 años ni de broma y se le veía más adulto que él.
- ¡Hermanitoooo!! – abrazó a Evan con efusividad, palmeándole la espalda de una forma que pudo parecer bruta, aunque en realidad fue hecha con cuidado y suavidad. Al separarse de él miró a la chica, y sus ojos chispearon alegres -, ¡hola hermanita!
Natsuki se vio de repente envuelta también en un abrazo de oso, y aunque se sorprendió, no se sintió incómoda. Evan se rió por lo bajo detrás de ambos.
- Daniel, vas a asustar a la pobre chica – regañó una dulce voz femenina desde dentro de casa. Dani la soltó, sonriéndole y pidiendo disculpas.
La mujer se acercó a ellos, y saludó a su hijo con un beso. Era la mujer más bella que Natsuki había visto nunca, y casi se quedó con la boca abierta.
- Bienvenida – le dijo Cassandra con una agradable sonrisa. Era castaña, con el cabello largo y ondulado cayendo en ondas perfectas hasta más allá de la cintura. También era alta, y tenía un pequeño aspecto salvaje que la hacía verse todavía más guapa. Sus ojos eran prácticamente iguales a los de Dani, con la diferencia que Natsuki creyó ver en ellos el color de la corteza del roble.
- Gra… Gracias… - atinó a murmurar, imaginando que sus mejillas debían verse rojas como fresas.
- Mamá, Dani, ella es Aoi Natsuki – la presentó Evan, viendo que ella estaba como encantada, pasando su brazo alrededor de sus hombros. Entonces su pecho se hinchó con orgullo -. Mi novia.
Cassandra sonrió, encantada. Antes, nunca se habría esperado ver a su hijo con un ademán tan seguro y orgulloso como aquel, pero ahora parecía una parte más de sí mismo. Y todo gracias a la aparición de esa muchacha.
- Eeh… Murmuró la aludida, sonriendo con un poco de vergüenza -, mejor solo Natsuki.
- Si, mejor solo Natsuki – repitió Evan con cariño, abrazándola un poco más -. No le gusta su nombre. Muerde.
- ¡Oye! – se quejó la aludida, temiendo quedar mal ante su familia política -, ¡yo no…
- Encantada, Natsuki, cielo – interrumpió Cassandra con dulzura maternal, provocando que ella se calmase y sonriese agradecida. Evan ya les había contado por teléfono la reticencia que su nuera mostraba ante el nombre.
- Alice y Rosalie estarán encantadas contigo – canturreó Dani divertido, refiriéndose a las pequeñas de la familia -, ahora tendrán otra hermana con la que jugar a las muñecas. Evan y yo ya no les hacíamos caso, jeje…
A Natsuki se le pasó toda la preocupación de repente. Aquella gente parecía muy agradable, y estaban encantados con su presencia allí. De pronto, se sintió querida y aceptada, como si ella fuera la pieza perdida de un puzzle que al fin hubiera encontrado su lugar.
- ¡¿Mama?! - gritó Dani, dirigiendo la voz hacía el interior de la casa, desde donde llegaba un delicioso olor a comida recién preparada - ¡Evan ha llegado!
- ¡Ya voy! – respondió una voz musical desde la cocina. A Natsuki le dio un vuelco el corazón, sabiendo que estaba a punto de aparecer ante ella Nerine, el ángel que había adoptado a Evan, la que le había educado, quién le había hecho tal y como era ahora. No podía esperar al momento en que aquella mujer a quién Evan (y también ella) admiraba tanto apareciera, luciendo aquel porte tan maravilloso que mostraba Cassandra, y se colocase a su lado, sonriendo con amor.
Sin embargo, fue visto y no visto, y nada sucedió como ella lo había idealizado.
Una figura menuda apareció de repente y se lanzó a los brazos de Evan, que ya estaba preparado para recibirla. Como una bala dorada pareció Nerine ante ella, con su figura pequeña y sus movimientos de bailarina. Chilló emocionada al abrazar a su hijo, al cual no le llegaba ni al hombro, escondiendo su cara entre el cabello azabache de él. Su voz, a pesar del grito que tanto sorprendió a Natsuki, sonó musical, como el repiqueteo de las campanas.
- Mama, mama – murmuró Evan, divertido, abrazándola por la cintura, pero tratando de separarla de él a la vez -, ¿no quieres conocer a Natsuki?
Fueron palabras mágicas. De repente, Nerine se soltó de él y la miró fijamente, con una radiante sonrisa que parecía capaz de fundir una capa de hielo. Era pequeña, bajita y delgada, y a duras penas aparentaba los 16 años. Tenía cara de niña, todavía un poco redondeada, con rasgos infantiles e inmaduros. Tenía el cabello larguísimo, rozando casi el suelo, cubierto de bucles y rizos de un rubio oscuro, y los ojos grandes, muy grandes, del color del oro viejo, repletos de emoción y de alegría.
A Natsuki se le olvidó respirar. Le resultaba muy difícil ver a aquella preciosa chiquilla y pensar que era su suegra, cuando parecía poco más que su hermana pequeña. No tuvo ni tiempo de reaccionar, pues Nerine se le abalanzó encima y se colgó a su cuello como una niña pequeña, la mar de feliz. Se descolgó, separándose un poco, pero manteniendo su mano fuertemente agarrada, y la miró con amor, con un amor que era solo para ella.
- ¡Bienvenida a casa, Aoi!

A su espalda, Evan frunció los labios. Nerine había dicho la palabra prohibida. Cassandra y Dani también miraron la espalda de la chica, temiendo que se enfadara. Poco a poco, los tres avanzaron lo suficiente como para verle la cara.
A Evan un poco más y se les salen los ojos de las órbitas.

Natsuki tenía la sorpresa absoluta pintada en la cara. Sus mejillas brillaban, orgullosamente rojas, y sus ojos empezaban a cristalizarse. Evan dio un paso hacía ella, temiendo que algo la hubiera lastimado, pero antes de poder hacer nada, su chica se lanzo hacía adelante y abrazó con fuerza a Nerine, que la acogió sonriente y con los brazos abiertos. Sin pensárselo dos veces, Evan abrazó a ambas, notando los sollozos de pura felicidad de su chica, y los arrullos maternales de Nerine mientras la acunaba.

Por primera vez, el corazón de Natsuki se hinchaba de alegría.
Por primera vez, tenía una familia de verdad.

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