Le echa una mirada de reojo al móvil y tiene ganas de usarlo aunque sabe que no debe hacerlo. Quiere, necesita, que alguien la apoye sinceramente, solo por el placer de querer animarla y no por cortesía o para auto consolarse en aquellos días oscuros. Añora a Ami más que nunca, porque nunca habían pasado tanto tiempo separadas y superadas, y la cama sigue oliendo a Matt.

Entonces, la pantalla del bendito móvil se ilumina y le llega un mensaje de remitente desconocido. No importa, porque sabe quién es. Solo ella conoce ese número. Solo ella le manda mensajes.
Trata de no agobiarte. Come y duerme bien, o no estarás a tope. Te quiero>>
Es escueto pero dulce a la vez. Le sobra. Por primera vez en días, se siente algo realizada. Irónicamente ya no necesita el texto, porque lo tiene memorizado, así que lo borra y recuesta la cabeza sobre la almohada. Siente que apenas huele a nada.

Cierra los ojos. Descansa.

domingo, 10 de mayo de 2009

Historia de Ami y Neimi



Ami y Neimi Quilava, híbridos entre ángel y demonio, gemelos. Tienen unos tatuajes iguales, ella en el brazo derecho y él en el pecho. No tienen más familia excepto a ellos mismos.


Esta es su historia:



**************************************************






La luz nunca ha existido en mi vida, siempre ha sido oscura.

Cuando nací me abandonaron junto a mi gemelo Neimi en los lindes del bosque azul, siendo apenas un bebe. Nunca he sabido quienes fueron mis padres, aunque a decir verdad tampoco me interesa descubrirlo. Si nos abandonaron significa que jamás nos quisieron, así que ¿por qué debería quererlos yo? Si en aquel momento sobreviví fue gracias a una mujer híbrida que nos encontró cuando fue al bosque a buscar algunas hierbas para preparar sus pociones. Su nombre era Griselda. Ella nos recogió al escucharnos llorar por culpa del hambre y del frío. Recogió a aquellos indefensos bebés y los llevó a su casa.

Griselda jamás me ocultó mi origen, cosa que siempre le agradecí. Aún que no era nuestra madre, nos cuidó a Neimi y a mí como a sus hijos y nos entrenó en el manejo de las armas.

Quiso enseñar a mi hermano a ser médico, pero él, aunque era dulce, tierno y un amor de chico, era un alma libre, y odiaba quedarse encerrado en una biblioteca estudiando. Quizá fue ese el motivo por el que decidió irse de viaje para descubrir mundo, prometiéndole a Griselda traerle exóticas plantas para pociones nuevas.

A mí me enseñó a diferenciar los diferentes tipos de plantas y me preparó para pocionista y médico. Gracias a ella me convertí en una buena curandera con apenas medio siglo de edad… Quizá fue lo único de bueno que saqué.

Debo reconocer que a tan tierna edad yo creía que no había nada de malo en este mundo, que todo era diversión, jugar con Neimi, aprender con mi maestra… Creía que si en realidad había algo malo, Griselda me protegería. Confiaba en ella, la respetaba e incluso puedo asegurar que llegué a quererla como la madre que nunca tuve… Que tan alejada estaba yo de la verdad… ¿Quién iba a decirme a mí que la persona a la que más quería, seria la que más daño me haría?

Todo ocurrió un fatídico día de invierno. Yo tenía unos dos-cientos años y regresaba del bosque con unas raíces para Griselda. Cuando llegué, me miró durante un momento y en su mirada pude ver un brillo extraño que me dejó confundida. En la noche me sirvió la cena, y yo la comí sin sospechar nada. En pocos momentos empecé a sentirme mareada, y Griselda me cogió para que no cayera, mientras me acariciaba el pelo y me susurraba palabras dulces al oído.

Me asusté. Me asusté muchísimo. No sabía que me pasaba, tenía la cabeza embotada, no notaba lo que pasaba a mí alrededor y casi no distinguía las formas y las palabras. Ni siquiera reaccioné cuando Griselda me tumbó en su cama y empezó a tocarme, a acariciarme y desvestirme. Mi cabeza no conectaba los hechos y yo no entendía nada. Mi maestra, mi madre, comenzó a besar y marcar mi piel, y no se detuvo aunque de mis ojos caían lágrimas. No me moví en todo el rato, porque no entendía nada y mi cuerpo no respondía.

Griselda hizo conmigo aquella noche todo lo que deseó.

No pegué ojo en toda la noche, la sentía desnuda y pegada a mi cuerpo. Yo lloraba sin poder hacer nada más que pensar en todo lo que me había hecho. Lo que pasó entonces fue algo confuso. De repente, escuché gritos, movimiento, que Griselda se levantaba como una exhalación de mi lado.

Un golpe sordo, más gritos. La voz de Neimi, mi hermano, mi querido hermano, inundó mis oídos. Atiné a escucharlo maldiciéndola, gritándole asqueado. Sé que intentó acercarse a mí, aunque no pude verlo porque estaba de espaldas y aunque mis oídos ya captaban todas las palabras, el cerebro no lo entendía.

Las dos personas más importantes de mi vida salieron fuera de la casa, al patio, un terreno más amplio, y empezaron a pelear.
Poco a poco, con el cuerpo adolorido y asqueado, me levanté en silencio, hirviendo de rabia, y me acerqué la ventana, echándome solo una camisa negra sobre mi cuerpo. Vi a Nei-chan lleno de heridas, peleando sin rendirse con una alabarda. Griselda solo jugaba con él, se burlaba y le decía que jamás podría vencerla. El miedo se mezcló con la ira en ese momento, y casi arrastrándome, salí fuera. A las puertas del cuarto recogí una alabarda que me pareció igual a la de Neimi, con un hermoso rubí brillando en su mango, y avancé lentamente. Al salir fuera me quedé parada en medio de la nieve del patio, callada, a las espaldas de Griselda, que tenía a Neimi en el suelo y se burlaba con crueldad.

Tan fijada parecía en eso que no notó que me acercaba lenta pero inexorablemente hacía ella. Una vez detrás, la ira, el miedo, la rabia, el asco, el dolor y la supervivencia, cuajaron en mí en forma de un grito desesperado.
Griselda atinó a girarse sorprendida, y entonces hundí el filo de la alabarda en su corazón. Mi cara estaba totalmente seria y no cambió en lo más mínimo al mirar como los ojos sorprendidos de mi maestra, mi madre, mi amiga y mi verdugo, se apagaban para siempre, con expresión de clara sorpresa.

En ese momento caí, como aquel ser que decide dejarse caer en los brazos de la muerte. Lo había hecho, la había matado. La había matado a ella, a quién durante tanto tiempo había amado, y que hacía apenas un rato me había humillado y había intentado matar a mi hermano. Y sentí que en ese momento todo dejaba de tener sentido a mi alrededor.

Él se levantó en silencio y me abrazó. Durante un buen rato estuvimos así, abrazados, llorando en el suelo, sobre la nieve, junto al cuerpo sin vida de Griselda y sin notar el frío que nos calaba los huesos.
En un momento dado, Neimi se levantó como un autómata y entró en la casa. Durante el rato que estuvo dentro no me moví ni un poco, solo cuando salió cargando una bolsa con algo de comida, un poco de ropa de abrigo y las pocas cosas que eran nuestras y de utilidad. Recogió las alabardas, la suya y la que era mía ahora, manchadas de sangre, y me recogió a mí. Como en un mutuo acuerdo echamos a andar y nos fuimos de… Nuestro hogar.

Los días siguientes fueron como nubes, recuerdos confusos que ocupan una parte de mi mente que no quiero recordar. Sé que Neimi me cuidó, me llevó de aquí para allá, me curó como pudo… Pero yo solo me dejaba hacer como una muñeca sin vida. Pero mira, cosas de la vida, el milagro se repitió. Un demonio apareció ante nosotros cuando ya estaba segura de que no saldríamos de esa. Nos recogió del suelo y nos llevó a su castillo. Yo no tenía fuerzas ni siquiera para resistirme, así que deje que curaran mis heridas, que me alimentaran, y descansé en una blanda cama por varios días en los que Neimi no se separó de mi lado.El demonio no nos preguntó que nos había pasado ni cómo habíamos llegado a eso. Yo tampoco hice nada por abrir la boca. Él se limitaba a portarse como un frío doctor. Al recuperar un poco las fuerzas, simplemente me callé y esperé a que viniera y nos echara de su casa, pero por algún motivo no fue así. Seguía cuidando de nosotros como si nada, aún y cuando ya no necesitábamos atenciones. Un día me armé de valor y le pregunté su nombre. Era la primera vez que le hablaba y, sorprendiéndome, me mandó una pequeña sonrisa y me respondió

- “Me llaman Black Shadow, princesa”


Y ahí quedó todo. Han pasado muchísimos años, y sigo fascinada con él. Incluso Neimi, que me juró que me protegería siempre y parecía decidido a no dejar que se acercaran demasiado a mí, me hizo caso cuando le gritoneé que no necesitaba una niñera y que podía irse otra vez de viaje, tal y como sabía yo que deseaba.
Black me deja irme del castillo siempre que quiero, y siempre me deja volver, aunque mis ausencias sean largas, puesto que ahora me gusta vagar de aquí para allá. Aunque ninguno de los dos es dado a demostrar el cariño, nos respetamos e incluso puedo decir que nos queremos. Black se ha convertido para mí en un padre y un maestro, y yo me he convertido en su princesa sin saber por qué.
Quizá sí, la vida es oscura y peligrosa, pero ahora nada me preocupa.

Y esa es mi vida. Esa es mi historia. Ese ha sido mi destino.


**************************************************


Si la luz ha existido alguna vez, no habrá sido para nosotros.

Cuando nací me abandonaron junto a mi gemela Ami en los lindes del bosque azul, siendo apenas un bebe. Nunca he sabido quienes fueron mis padres, aunque por dentro muero de curiosidad por saberlo. Pero pienso que si nos abandonaron significa que jamás nos quisieron, así que ¿por qué tengo que buscarles yo? Si en aquel momento no morí fue gracias a una mujer híbrida que nos encontró cuando fue al bosque a buscar algunas hierbas para preparar sus pociones. Su nombre era Griselda. Ella nos recogió al escucharnos llorar por culpa del hambre y del frío y se llevó a esos pequeños bebés a su casa.

Griselda jamás me ocultó mi origen, cosa que me entristecía, porque era como recordar que mis padres no nos quisieron. Aunque no era nuestra madre, ella nos cuidó a Ami y a mí como a sus hijos y nos entrenó en el manejo de las armas, en lo que debo reconocer, soy bastante bueno.
Por el contrario, siempre quiso enseñarme a ser médico, y jamás pudo. No me malinterpretéis, no es que yo no colaborase, tampoco que sea tonto, simplemente era algo que no me llamaba. Mi deseo era ver mundo, viajar, conocer cosas nuevas y maravillosas, de manera que emprendí un viaje y le prometí a mi maestra traerle productos exóticos de mis viajes. Mi hermana, en cambio, prefirió quedarse con ella, estudiando pociones y medicina. Siempre ha sido una chica inteligente, de mente fría y programada, destinada a hacer lo que más le convenga, y en ese caso era aprender.
Y así fue como me fui, creyendo en mi ignorancia que todo estaría bien.
Durante días, meses, incluso años, disfruté de la libertad que tenía con creces. Adoraba pasarme los días de un lugar a otro, llegar cada vez más lejos, ver como los paisajes cambiaban y las personas vivían. Aprendí muchísimo sobre la vida, y si bien no me eran los conocimientos de un médico, me di más que por satisfecho. Algunas veces pasé hambre, algunas veces pasé frío, y otras me metí en problemas, pero siempre conseguía salir adelante sin más.

En una ocasión llegué a una gran ciudad, lugar en donde se celebraba un mercado de pueblo. Las calles estaban abarrotadas de gente, de tiendas ambulantes, y de vendedores que ofrecían sus productos al mejor postor. La verdad era que en un principio yo había entrado tan solo para llenar mi saco de comida, puesto que disponía de varías monedas de oro que había ido ahorrando trabajando durante unos meses en un campo de frutos. Pero en eso que paseando por esas estrechas calles llenas hasta el tope de demonios y guerreros, me fijé en un escaparate que me llamó claramente la atención.
Se trataba del puesto de un comerciante que traficaba con armas de todo tipo, desde espadas a armas de fuego, y coreaba a voces que poseía unas dagas de platas a un precio vanamente bajo. Pero lo que captó mi atención no fueron dichas dagas, ni las largas y afiladas espadas que relucían bajo el sol a primera fila de ventas, ni de los explosivos que colgaban a los lados de las tiendas. No. A mí, un ser pacífico, que hasta la fecha había viajado sin una sola trifulca violenta, que se había enfrentado a bandidos y asaltadores usando solo el don de la palabra (y de las piernas en el peor de los casos) y que en ningún momento había sacado del fondo del morral ese viejo puñal de su maestra, se vio completamente hechizado por la belleza de dos alabardas que se escondían entre unas lanzas como si quisieran pasar desapercibidas.
Se trataba de dos alabardas, gemelas, según me explicó el tendero cuando encontró un momento para dejar de gritar para atraer clientes, que habían sido talladas por un auténtico artesano de armería para unos príncipes de algún país lejano, que eran gemelos y jamás llegaron ni a pagarlas ni a empuñarlas, y habían quedado relegadas al olvido en una vulgar tienda de mercado. El cuerpo estaba hecho de madera de roble y de pino, más claras y oscuras, tallado con mimo y cuidado, y protegido con varias capas de productos y magias para preservar su aspecto a través de los años. Las hojas estaban eternamente afiladas, y tenían aspecto de la brillante plata fundida. Y en el centro del mango brillaban un hermoso rubí y una bella esmeralda.
Me enamoré de ellas a tal grado que sin pensarlo tiré la casa por la ventana y me gasté todas las monedas en ellas, la de la gema esmeralda para mí y la del rubí para mi hermana. Durante los días siguientes pasé un poco de hambre, pero no me arrepentí de lo que hice.

Pasaron unos meses más, que yo aproveche para regresar al hogar tomándome el camino con calma. Esperaba darles una sorpresa a las mujeres de mi vida llegando sin avisar, aunque secretamente albergaba la esperanza de que en la mesa me esperara uno de esos suculentos platos de Griselda que tanto de menos eché durante mi viaje.

Alcancé la casa una fatídica noche de invierno. El frío calaba hasta dentro y entumecía el cuerpo, y allá por donde pisaras había montones de nieve. Eran horas bien avanzadas de la noche, de hecho casi llegaba a la madrugada, y no se veía ninguna luz a través de las ventanas. Quizá si no hubiera hecho tanto frío, habría esperado a que saliese el sol para no tener que entrar a hurtadillas y como un ladrón en mi propia casa, pero a los cielos agradezco no haber esperado y así haber podido ver qué cosas habían ocurrido en mi ausencia.
Al entrar en la casa lo primero que hice fue dirigirme a la cocina, sin siquiera dejar mi saco ni las alabardas, y allí solo pude comprobar, muy a mi pesar, que no había ni rastro de alimento comestible. Haciendo de tripas corazón me dirigí hacía las habitaciones, colándome en el cuarto que me había visto crecer, y en donde debería encontrarse Ami durmiendo apaciblemente. Pero entré y ella, muy a mi pesar cada vez que lo recuerdo, no estaba en la cama. Algo confundido, me dirigí a la habitación de Griselda, sospesando la posibilidad de que se encontraran de viaje ambas mujeres, pero la idea se fue de mi cabeza nada más abrir la puerta con suavidad.
Mis ojos se abrieron como platos y mis mejillas se pusieron del color de las manzanas al contemplar con incredulidad esos cuerpos desnudos sobre las sábanas. Una parte de mí de reía al haber sorprendido a alguien en una situación así, y la otra no acababa de creerse que ellas dos, que eran como madre e hija hubiesen podido terminar…
Si, creí que podrían haber estado enamoradas, pero esa idea se volatilizó más rápido que el humo con un soplo de viento cuando el lazo que me unía a mi gemela me avisó de que algo no iba bien, y cuando pude entrever los surcos de lágrimas en sus mejillas a través de un espejo de pared.
La realidad me golpeó, y me sentí traicionado y herido, y quise venganza para el ser que representaba para mí lo único auténtico de la vida. Grité, y Griselda se despertó y levantó como en una exhalación. Le eché en cara que como podía ser tan despreciable, que como podía haberle hecho algo así a alguien que era prácticamente su sangre, mientras ella se cubría nerviosamente sorprendida con su túnica y me sacaba fuera.
Estaba enfadado, furioso como jamás lo había estado, decidido a hacerle pagar lo que había hecho. En algún momento dado eché mi pacifismo al suelo, junto al saco y la alabarda de Ami, y salimos al patio, lugar mucho más extenso y cómodo para pelear.
Recuerdo con amargura la forma en que Griselda se burlaba, como me restregaba todo lo que le había hecho a Ami, lo poco que nos quería, lo bien que le había sentado que yo me largase de viaje para poder centrarse en el objeto de su deseo. Se burlaba de mí, de la ingenuidad, de la inocencia, y se reía como una loca mientras esquivaba con una facilidad insultante todos mis ataques.
Y jugaba conmigo, como un gato con un ratón, divirtiéndose y sin dejar de reírse, hasta que debió cansarse y decidió que era hora de dejar de jugar. Si cierro los ojos todavía me veo tirado sobre la nieve, con la hoja de su espada rozando mi cuello y mi mirada rebelde y fija en ella, lamentando tan solo no haber podido ni siquiera ayudar a mí hermana. Pero en ese momento, como surgida del fondo del pensamiento, la vi aparecer a espaldas de la bruja que nos había criado, tambaleante, sujeta en la alabarda que le traje, débil, pero bella y orgullosa. Vi en sus ojos una determinación increíble, pero no moví ni un músculo para que Griselda no apartase la atención de su presa. Y recuerdo con claridad el grito de odio que lanzo Ami al atravesar el pecho de Griselda con la hoja de plata, y la expresión de esos ojos que se apagaban para siempre.

Ami cayó, vencedora, pero derrotada, y yo solo atiné a arrastrarme junto a ella y abrazarla como si la vida nos fuera en ello. Quise consolarla, decirle que todo estaba bien, que no pasaba nada, pero no pude porque no era cierto, y solo nos quedamos callados allí fuera, en la nieve y junto al cadáver de Griselda.
Ami no reaccionó en ningún momento, y llegó el momento en que tomé determinación y decidí que luego de todo eso no íbamos a dejarnos morir de frío. Me levanté y me deje llevar por el instinto, tomé abrigos, alimentos y cuatro cositas que eran nuestras y podían sernos de utilidad. Lo metí en mi morral y salí. Tomé las alabardas ensangrentadas y ayudé a Ami a levantarse. Ninguno de los dos dijo nada, pero mientras nos íbamos de allí, ya sabíamos que no regresaríamos.

Durante los días siguientes sobreviví por los dos, fueron unas semanas difíciles, y llegó un punto en el que incluso yo creí que no saldríamos de esa situación.
Pero el milagro de la salvación nos sorprendió de nuevo, y un demonio nos encontró y recogió. Me mostré muy reticente, no hablé con él, y tampoco él lo hizo conmigo. Nos llevó a su castillo, y si no protesté fue porque se encargó de curar todas nuestras heridas.
Ami no se movía de la cama, ni yo de su lado. Quería protegerla y no dejar que nadie volviese a hacerle daño, por eso no confiaba en el demonio salvador.
Pero fue ella quién, luego de muchos días y mucho silencio, pareció haberse entendido con Black, nuestro salvador y anfitrión.

Muchos años pasamos a su lado, años en los que Ami siguió aprendiendo medicina junto a él, y yo sin moverme de su lado. El único cambio que noté en ella fue que se había vuelto más terca y fría, como si nada llegase a importarle realmente.
Durante todos esos años yo no me aparté de su lado, aunque me moría de ganas de seguir viajando. Black se dio cuenta de ello, y luego de mucho hablar, me di cuenta que él no era
como Griselda, que de alguna manera solo quería bien para Ami, puesto que a pesar de su frialdad, había conectado con ella y la quería ayudar.
Todavía me costó un poco decidirme, pero un último empujón de una borde Ami que dijo que no necesitaba ninguna niñera, me animaron a volver a la aventura.

Ahora viajo de un lado para otro, sigo aprendiendo cosas y mi alabarda siempre cuelga a mi espalda, igual que la alabarda del rubí descansa en manos de Ami.

Y esa es nuestra vida. Esa es nuestra historia. Este ha sido nuestro destino.

No hay comentarios:

Publicar un comentario