Le echa una mirada de reojo al móvil y tiene ganas de usarlo aunque sabe que no debe hacerlo. Quiere, necesita, que alguien la apoye sinceramente, solo por el placer de querer animarla y no por cortesía o para auto consolarse en aquellos días oscuros. Añora a Ami más que nunca, porque nunca habían pasado tanto tiempo separadas y superadas, y la cama sigue oliendo a Matt.

Entonces, la pantalla del bendito móvil se ilumina y le llega un mensaje de remitente desconocido. No importa, porque sabe quién es. Solo ella conoce ese número. Solo ella le manda mensajes.
Trata de no agobiarte. Come y duerme bien, o no estarás a tope. Te quiero>>
Es escueto pero dulce a la vez. Le sobra. Por primera vez en días, se siente algo realizada. Irónicamente ya no necesita el texto, porque lo tiene memorizado, así que lo borra y recuesta la cabeza sobre la almohada. Siente que apenas huele a nada.

Cierra los ojos. Descansa.

domingo, 10 de mayo de 2009

Evan y Natsuki - Tres corazones


Evan y Natsuki están juntos desde hace dos años, y viven juntos y todo. Se quieren por encima de cualquier otra cosa, porque están hechos el uno para el otro.

Pero, a pesar de todo, hay algo que esta a punto de cambiar sus vidas para siempre...


Pequeño capítulo de su historia:



*******************************************


Para Evan, el día comenzó como cualquier otra mañana de invierno. El despertador sonó a las seis de la mañana, como siempre, y él lo apagó con rapidez antes que sonara el segundo timbrazo. Se revolvió en la cama, demasiado cómodo y calentito como para tener ganas de levantarse y empezar con otra jornada laboral.
Abrió un ojo, perezosamente, y la claridad de la mañana bailoteó a su alrededor alegremente, obligándole a bostezar y estirarse como un gatito. Al deshacerse de las sábanas, le recorrió un escalofrío, y puso cuidado en encontrar las zapatillas antes de tocar el suelo con los pies desnudos. Miró por la ventana, bien cerrada, y pudo comprobar que estaba nevando. Otro día frío, genial.
Cuando se levantó, alguien gimió al otro lado de la cama, y cuando se giró para mirar, vio que Natsuki se daba la vuelta todavía dormida y se acurrucaba un poco más entre las mantas.
Sonrió. Aquella muchacha era el principal motivo por el cual le faltaban ganas de marcharse a trabajar por las mañanas. Ella y el agradable calorcito que sentía cuando la tenía bien envuelta entre sus brazos.
Su Natsuki.
Se habían conocido dos años atrás, más o menos, un poco antes que llegaran las fiestas navideñas. Ambos se encontraban solos y un poco perdidos, y habían acabado pasando aquellas fechas juntos, quizá para hacerse compañía, quizá para sentir un poco de consuelo. El caso era que, después de aquello, ya no se habían separado, y el sentimiento de compasión y consuelo que habían sentido el uno por el otro en un principio, se había convertido ya en un sincero lazo de amor.

Se vistió en silencio, tratando de no despertarla para que pudiera disfrutar de un par de horas más de sueño, y se escaqueó hasta la cocina. Se preparó un café, corto y con la leche natural, tal y como a él le gustaba, y un par de tostadas. Mientras saboreaba el reconfortante líquido caliente, se divirtió pensando en las muecas de desagrado que adornaban la cara de su chica cuando le veía bebiéndolo. Natsuki odiaba el café, lo detestaba. Y durante los últimos días, aquella aversión parecía haberse hecho más notoria, pues se quedaba en abstinencia de besos hasta que no se lavaba los dientes a conciencia.
Mientras desayunaba, escuchó los mensajes registrados en el contestador automático. Como ya comenzaba a ser costumbre desde que se habían ido a vivir juntos, su mamá le había llamado para comprobar si seguían vivos y enteros, y para recordarles, una vez más, que siempre que quisieran podían ir a casa a comer. Sonrió una vez más. Natsuki conocía la condición angélica de toda su familia, incluida la suya propia. En lugar de encontrarlos unos seres extraños o asustarse, se había sentido complacida.

“Cuando te conocí pensé que eras un ángel”, solía decirle ella, “y, como ves, no me equivoqué… Eres el ángel que ha bajado del cielo para cubrir de amor y felicidad mi existencia.”

Aquello no era del todo cierto, pero de todos modos le hacían sentir dichoso. Además, Natsuki era muy querida entre sus familiares, quién alegaban que era una chica adorable y muy buena, y se morían de ganas para que llegase el día en que la muchacha volaría por los cielos junto a ellos. Ella también esperaba ese día con impaciencia, pues a menudo se quejaba que no era justo que su suegra siguiera viéndose más joven que ella durante muchos años más.
Evan no podía sentirse más contento con la vida que llevaba en aquel instante.
Se dirigió a la puerta de casa, con la cartera de trabajo en una mano y varios documentos importantes bajo el brazo. Normalmente, Natsuki se despertaba en aquel momento y acudía a despedirle en la puerta envuelta en una bata, con los cabellos revueltos y expresión de sueño, pero hacía días que parecía terriblemente cansada, y Evan prefería dejarla dormir tranquilamente. En lugar de un beso y un “hasta luego”, le dejó una notita junto al teléfono.

“Te quiero, mi querido ángel de alas invisibles”




En cuanto la puerta de casa se cerró, Natsuki entreabrió los ojos. Se había despertado junto a Evan, pero no había tenido cuerpo para levantarse ni para enfrentarse a él tan temprano, así que había fingido seguir durmiendo hasta que se marchó a trabajar.
No era que las cosas estuvieran mal con Evan, ni que no deseara estar a su lado, ni mucho menos que hubiera dejado de quererle. Si tenia algo claro en la vida era que Evan se había convertido en lo más importante para ella, en la persona que la rescató de su prisión de soledad, y ya no concebía una vida sin él a su lado.
Lo que ocurría era que estaba muerta de miedo.
Se incorporó lentamente, con cuidado. Hacía días que no se encontraba demasiado bien, la comida le hacía mal a su cuerpo, el movimiento la mareaba y se sentía un poco débil. Sentía nauseas al levantarse y durante toda la mañana, y luego ya se arreglaba si comía más o menos ligero. No le había dicho nada a Evan, porque sabía que se preocuparía demasiado y lo último que quería era suponer una molestia para él.
Además, era perfectamente consciente de lo que le ocurría, ya se había encargado ella solita de visitar al médico.
Estaba embarazada.
Y allí estaban las nauseas otra vez. Mandó a la porra sus intentos infructuosos de levantarse lenta y cuidadosamente para no marearse, y corrió hasta el baño que tenían en el dormitorio. Inclinada sobre la taza, habría vomitado todo el desayuno si hubiera tenido el tiempo suficiente como para comerlo primero. A falta de alimento en su estómago, tuvo que conformarse con algunas arcadas.
Blanca como el papel, se incorporó, encontrándose con su reflejo en el espejo. Encontrándose como se encontraba, había esperado verse con el aspecto de un muerto viviente, pero a pesar de todo solo estaba pálida y con ojeras. Parecía que por el momento no corría peligro de que Evan huyera corriendo al verla.
Sonriendo de sus propios pensamientos, se dedicó a vestirse y hacer las tareas del hogar como buenamente pudo. Cuando terminó, se acomodó mansamente en el mullido sillón del estudio y encendió el ordenador, dispuesta a escribir la columna de opinión para la publicación del periódico del día siguiente.
Mientras lo hacía, todas su preocupaciones huyeron y se encontró a si misma flotando entre las palabras. Aoi Natsuki adoraba escribir, y le resultaba una excelente forma para evadirse de la realidad. Siempre le había funcionado, tanto de pequeña, cuando sufría al notar el rechazo de su padre, como ahora, que deseaba con todas sus fuerzas huir de sus mayores preocupaciones.
Casi ni se dio cuenta, pero al terminar con su artículo el sueño y el cansancio comenzó a tomar posesión de ella, hasta dejarla totalmente dormida.

Soñó que estaba en una habitación a oscuras, totalmente sola. A su alrededor no se escuchaba ningún ruido, y ella comenzaba a sentir miedo. Llamó a Evan, pero nadie le respondió. En lugar de eso, se empezó a escuchar el llanto de un bebé. Natsuki se estremeció, porque parecía un llanto lleno de tristeza y desesperación, y comenzó a andar a ciegas, buscando al infante para tratar de consolarlo.
Cuando dio con él, se sorprendió de no encontrarle solo. El bebé estaba entre los brazos de Evan, quién le sostenía con indiferencia. No hacía ninguna intención de mecerlo, ni te tratar de evitar sus lágrimas. Simplemente le sostenía y le dejaba llorar, como si todo aquello no fuera con él. Natsuki se confundió. Evan era un muchacho dulce e increíblemente cariñoso, era prácticamente imposible concebir que ignorase a un pobre bebé que lloraba. Se acercó a ellos con cautela, tratando de encontrar una respuesta a lo que ocurría allí.
Miró a su chico a los ojos, y se quedó clavada en el sitio. Evan tenía una mirada vacía, indiferente, una mirada completamente diferente a la suya, con rastros de rencor en ella. Miraba al bebé, quién lloraba lleno de desconsuelo. Natsuki se ahogó, cuando de repente, la mirada indiferente de su padre se clavó en ella.

Se despertó con un gemido ahogado, incorporándose de golpe. Se tapó la boca al sentir un mareo, pero enseguida se le pasó y pudo comprobar que se hallaba en la cama. Estaba segura que se había dormido en el estudio,
Comprobó el reloj, y el corazón le dio un vuelco al comprobar que eran casi las diez. ¡Evan había regresado hacía horas! La había llevado a la cama sin despertarla y la había arropado, y ella ni siquiera le había preparado el baño y la cena. Conociendo las pésimas habilidades para la cocina que el chico tenía, se sorprendía de no tener todavía la casa en llamas.
Se levantó y bajó las escaleras con agilidad, envolviéndose con una manta, ya que hacía bastante frío. Su estómago rugió, ya que apenas había comido nada durante el día, y lo poco que había ingerido había acabado en las cañerías a media tarde. Pero no se preocupó demasiado y entró en la cocina.
Algo olía a quemado y Evan, de espaldas a ella, parecía profundamente preocupado al tratar de descubrir que era. Leía concentradamente un libro de cocina para averiguar que había hecho mal, y su cara de concentración resultaba demasiado cómica.

“Tienes que bajar la temperatura del fuego, o te quedarás sin cena”, informó Natsuki con una sonrisa tímida desde la puerta de la cocina.

Evan dio un respingo, sorprendido de escucharla, pero enseguida se apresuró en hacer caso. Cuando el tema de la cena pareció estar bajo control, se giró para mirarla con una mueca de culpabilidad.

“Lo siento”, se disculpó, “Quería prepararte algo para cenar, parecías agotada y…”

“No te preocupes, sea lo que sea, me lo comeré”

“Seguro sabe horrible”, dijo suspirando, y cuando la miró sonriendo, Natsuki pudo ver como sus ojitos dorados brillaban con ternura. No pudo evitar recordar el sueño, recordar al bebé que lloraba desconsoladamente entre los brazos de su amor, y sentir miedo al pensar en la vida que crecía en su interior sin que Evan lo supiera. Bajó la cabeza con culpabilidad, y los ojos se le inundaron de lágrimas.

“¿Nat?...”, Evan se acercó, y la rodeó con sus brazos protectoramente. Natsuki se dejó consolar, dejó que la meciera y le susurrara palabras bonitas al oído hasta que se le acabaron las lágrimas.

“Evan”, murmuró ahogadamente y con la voz quebrada, luego de un buen rato de silencio. “Voy a tener un bebé”

El chico se tensó, y se separó un poco de ella sin dejar de rodearla, tan solo para mirarle a los ojos y comprobar que no mentía. Cuando estuvo seguro, se sintió sorprendido y no atinó a encontrar una respuesta.

“Pero… Pero esto… Nat…”, parecía un poco desubicado, y Natsuki no supo que decirle para hacer que se sintiera mejor. Al cabo de un momento ya no hizo falta, pues el rostro del muchacho de iluminó por una inmensa sonrisa. “¡Vamos a ser papás!”

Al contrario de lo que el muchacho esperaba, Natsuki rompió a llorar otra vez, y se aferró a él con más fuerza. Evan se descolocó, pero la acarició con ternura.

“¿Qué te ocurre, Nat?”, preguntó dulcemente en su oído, “¿Acaso no quieres que tengamos a ese bebé?”

Natsuki se encogió, lanzando un sollozo más agudo. Evan la abrazó con más fuerza, esperando a que su pequeña se calmase lo suficiente como para poder hablar un poco más relajadamente. Cuando los sollozos y las convulsiones cesaron, Evan besó sus parpados con amor para limpiarle las lágrimas.

“Nat, yo…”

“Quiero tener ese bebé”, le interrumpió ella con la cabeza gacha y los ojos aun húmedos. “Quiero tener este hijo, y me hace muy feliz el hecho de haberlo concebido juntos, pero…”

Su voz se rompió otra vez y no se atrevió a seguir. En su mente estaba grabada a fuego la mirada de reproche con la que su papa la había mirado a lo largo de su vida, y recordó con claridad lo mucho que había detestado ella esa mirada.

“Tienes miedo”, completó Evan por ella, obligándola a mirarle. Natsuki asintió, prácticamente sin verle por culpa de las lágrimas. La abrazó otra vez, llenando su cara de besos y sus oídos de palabras de amor.

“Tengo miedo de no ser una buena madre…”, murmuró ella, asustada. “¿Y si no lo hago bien? ¿Y si trato a este bebé del mismo modo que me trataron a mi? ¿Y si cuando crezca termina odiándome?”, muchas dudas se arremolinaba en su cabeza, haciéndola sufrir. “Y si… ¿Le hago desgraciado?”

Evan se levantó, y ella con él. La miró directamente a los ojos, seriamente, pero con tranquilidad y ternura.

“Eso no pasará, Natsuki, mi niña. Simplemente porque tú lo pasaste mal de niña, vas a desear con todas tus fuerzas que este bebé sea feliz. Yo sé que lo cuidarás con mucho amor y mucho cariño, y te convertirás en la mejor madre que podría tener”

“¿Y si no sé hacerlo bien?”

“Yo te ayudaré”, la animó. “Es nuestro bebé, entre los dos aprenderemos a cuidarle y a llenarle de amor”

“Pero… ¿Y si nos equivocamos? ¿Y si le hacemos sufrir?”

“Entonces le pediremos perdón, y lucharemos para arreglarlo y conseguir que sea feliz… Nat… Quiero tener este hijo contigo… Soy muy feliz por tener este hijo contigo”

Natsuki se mordió el labio, con nuevas lágrimas inundándole los ojos. Abrazó a Evan, llena de dudas, pero también aliviada, ilusionada, feliz.

“Estoy muerta de miedo”, confesó, con la cara contra su pecho.

Evan la miró a los ojos, sonriendo anchamente, feliz, viéndose como el hombre más dichoso del mundo entero.
“Yo también lo estoy”

Y su sonrisa se vio tan sincera que se contagió, y tres corazones latieron tímidamente al unísono mientras la nieve de finales de febrero empezaba a fundirse para dejar paso a la primavera.

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