Le echa una mirada de reojo al móvil y tiene ganas de usarlo aunque sabe que no debe hacerlo. Quiere, necesita, que alguien la apoye sinceramente, solo por el placer de querer animarla y no por cortesía o para auto consolarse en aquellos días oscuros. Añora a Ami más que nunca, porque nunca habían pasado tanto tiempo separadas y superadas, y la cama sigue oliendo a Matt.

Entonces, la pantalla del bendito móvil se ilumina y le llega un mensaje de remitente desconocido. No importa, porque sabe quién es. Solo ella conoce ese número. Solo ella le manda mensajes.
Trata de no agobiarte. Come y duerme bien, o no estarás a tope. Te quiero>>
Es escueto pero dulce a la vez. Le sobra. Por primera vez en días, se siente algo realizada. Irónicamente ya no necesita el texto, porque lo tiene memorizado, así que lo borra y recuesta la cabeza sobre la almohada. Siente que apenas huele a nada.

Cierra los ojos. Descansa.

domingo, 10 de mayo de 2009

Evan y Natsuki - Con un soplo de viento


Evan y Natsuki está esperando a sus bebés, sin embargo hay algo muy importante entre ellos que les diferencia: la naturaleza angélica de Evan.

Ahora que sus vidas están ya más que unidas y queriendo estar juntos por siempre jamás, el muchacho va a hacer algo por Natsuki que la muchacha nunca podrá olvidar...



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Con un soplo de viento, una ola se estrelló contra la pared rocosa del acantilado, aparatosamente y con fiereza, asustando a la chica que avanzaba cautelosamente hacía el punto más alto de la montaña.
“Oye Evan, ¿qué estamos haciendo aquí?”
Frente a ella, el chico se detuvo y la miró con una tranquila sonrisa. Su atuendo no parecía el más adecuado para andar por un terreno tan desigual como aquel, pero no parecía incómodo con él, al contrario, era más bien como si no le importara. Los rayos de sol parecían revolotear a su alrededor con alegría, y le daban aquel toque angelical que tanto amaba.
“No te preocupes, enseguida llegamos. ¿Quieres que te lleve en brazos?”
Natsuki bufó con total disconformidad, aunque se veía a la legua que estaba mucho más hecha polvo de lo que iba a estar nunca el muchacho. Influía también el hecho de que su barriga de embarazada de cuatro meses le pesaba una barbaridad, a pesar de lo poco hinchada que estaba.
Evan se rió levemente, y ese sonido alimentó la energía de la chica, que se colocó de nuevo a su lado, aferrándose a su mano, y continuaron avanzando.
Una vez en la cima sus manos se separaron. Natsuki se limitó a observar el paisaje con curiosidad, alimentando su vista con toda aquella belleza. Ante ellos se extendía el inmenso mar, bravo y salvaje, bello e indómito, y la brisa arrastraba con ella un intenso aroma salado. Evan se adelantó, colocándose en el borde mismo del precipicio. Si hubiera sido un humano corriente, tal vez habría sentido vértigo o respeto, pero ni él ni Natsuki, que se mantenía a una distancia prudencial, se preocupaban por ello.
“Buenos días, Sitae”, dijo saludando al océano. La chica le miró con curiosidad, pero él, de espaldas a ella, ni siquiera la vio. “Mira, hoy he venido con Natsuki y nuestro bebé, para que les conozcas”.
Se giró para mirarla, y Natsuki le sonrió dulcemente, aceptando la mano que le tendía. No tenía ni idea de quién era Sitae, ni porque estaban allí, pero si se trataba de algo relacionado con Evan, no podía ser malo.
Un soplo de aire les acarició, revolviendo sus cabellos con una gracia… Angélica.
“Buenos días”, saludó también Natsuki, ganándose un abrazo por parte del muchacho. Ella le miró de lado, y Evan sonrió al horizonte.
“Sitae era mi ángel de la guarda”, le explicó con una sonrisa, y Natsuki siguió el curso de su mirada, preguntándose si por el camino se encontraría la figura del ángel, invisible para sus ojos humanos. “Le conocí cuando cumplí los doce años, y estuvo a mi lado hasta hace poco… Para mí, todo el tiempo que pasé a su lado fue muy importante”
“¿Y por qué ya no está?”, algo le decía que era así, aunque a pesar de todo, no podría verlo.
“Oh, sí que está, por supuesto que está. Lo que ocurre, es que ya no le veo”
Ella levantó una ceja con escepticismo, y Evan se rió. Le dio la mano, una mano calentita y suave, que le daban ganas de apretar con fuerza para no soltarla jamás.
“Está aquí. Aquí conmigo, aquí a tu lado. Aquí”
Ella tomó aire, abriendo los ojos. La mano de Evan acarició la suya con ternura, y Natsuki casi pudo sentir como la esencia de Sitae le daba calor también.
“Él… ¿Se sacrificó a sí mismo para convertirte en ángel?”
Asintió, con una sonrisa apesadumbrada, y el viento revolvió otra vez aquella mata de cabellos negros. Natsuki le acarició la mejilla con cariño, comprendiendo lo mucho que le echaba de menos a pesar de tenerlo tan cerca, y se preguntó si ella sería capaz de soportarlo si le hubiera ocurrido aquello.
“Él me ayudó, y ahora somos un ángel, igual que Nerine y mi familia. Por eso lo hizo, para ayudarme, para que no me sintiera solo. Pero no entendió que lo que yo necesitaba para no sentirme de ese modo era tenerlo a mi lado, y que tampoco me han hecho falta alas para encontrar aquello que estaba buscando”
Natsuki sonrió con un deje de orgullo, sintiéndose alagada. Pasó los brazos alrededor del cuello de su chico y se acurrucó mimosamente, para darle todo su cariño y calor. Él la rodeó también por la cintura, besándole la cabeza.
“¿Sabes por qué te he traído aquí?”, le preguntó suavemente al oído, meciéndola con cuidado. Ella negó con la cabeza, medio distraída. “Algunos humanos tienen un ángel de la guarda. Por supuesto, no todos. Ni tampoco desde siempre ni para siempre. Suele tratarse de casos más bien espontáneos, en los que el ángel en cuestión ha encontrado a un humano que le ha caído en gracia y ha decidido quedarse a su lado.
>>Se ve que Sitae me encontró cuando yo era poco más que un bebé, y desde entonces se quedó conmigo, cuidándome. Al parecer, fue él quien me salvó del accidente de tráfico en la que murieron mis padres, y me hizo compañía después de que mi hermano se suicidara. Aunque, por supuesto, yo no lo sabía. Hasta que no conocí a Nerine, no supe de la existencia de los ángeles, y todavía tuvieron que pasar unos pocos años más hasta que me dijo que a mi alrededor había uno pululando constantemente.”
“¿Cómo?”, preguntó Natsuki medio confundida, mirándole fijamente. “Pero yo puedo ver a los ángeles, puedo ver a Nerine, puedo ver a Dani… Puedo verte a ti”
“También podrías no hacerlo, si así lo quisiera”, respondió igualmente sonriendo, “porque los ángeles pueden volverse invisibles para el ojo humano, igual que nuestras alas. Tú nunca has visto mis alas, y eso que a menudo te rodeo con ellas.”
“¿De verdad?”, se sonrojó un poco, y se imaginó lo bello que podría llegar a ser aquel manto de plumas. Evan asintió sonriente.
“Si, aunque también es verdad que hay muchos ángeles que, aunque quisieran, no podrían volverse visibles como hizo Sitae.”
“¿Por qué no?”
“Porque son ángeles que nacieron a partir de la muerte de una alma pura. Humanos de buen corazón que, al morir, se vieron encarnados en ángeles de la guarda, y decidieron velar para siempre por sus seres queridos, en silencio y sin que pudieran verles”
Evan sonrió un poco más, acariciándola y desviando la mirada de nuevo hacía el horizonte. Natsuki también miró, atraída por una fuerza magnética que la obligaba a prestarle atención a aquel punto del paisaje. El chico apretó su mano y se inclinó sobre ella para susurrarle al oído:
“Ese es el caso de tu ángel.”
Un escalofrío la sobresaltó, y si no fuera porque Evan la sujetaba con fuerza, probablemente se habría ido con los huesos al suelo de la sorpresa.
“¿Mi ángel? Pero Evan, yo no tengo ángel de la guarda, no puedo tenerlo. Tú eres mi ángel”
Él se rió con ternura, y Natsuki se sintió capaz de enfadarse con él y todo, porque durante los dos años que llevaban viviendo juntos no había sido capaz de decirle ni una sola vez que tenía un ente emplumado siguiéndola a todas partes. ¡Ni siquiera había dado muestras de saberlo!
Pero no se enfadó, y se contentó con mirarle un poco feo antes de suspirar y echar una mirada cautelosa, aunque inútil, a su alrededor.
“Tal vez yo sea uno de tus ángeles, pero no soy el primero. Ella estaba aquí mucho antes de que llegase yo”
“¿Ella?”, preguntó de nuevo tranquila, aunque con curiosidad.
“Si, ella. Cuando te vi por primera vez ni siquiera me di cuenta de que estaba allí, pero poco tiempo después la conocí y me pidió que no te dijera nada. Parecía que por fin tenías una oportunidad para ser feliz, y ella no quería estropear nada con el fantasma de su recuerdo.”
Natsuki tomó aire. Una cara, una voz, una imagen y un momento le vinieron a la mente. Casi pudo notar como las lágrimas empezaban a formarse y se preparaban para emerger, cuando preguntó con voz ahogada:
“¿Somii?”
Evan le besó los ojos, impidiendo que se echara a llorar incluso antes de que el llanto empezase.
“Aoi”, corrigió. “Se llama Aoi, igual que tú, y también igual que…”
“…mamá.”
Un corriente de aire la saludó, y Natsuki notó la caricia suave que su madre le regalaba. Supo que estaba allí, junto a ellos, igual de sonriente que en las fotografías que aún conservaba de ella, y sintió ganas de verla, abrazarla, besarla, decirle lo mucho que la había echado de menos.
“No puedes, mi niña”, le dijo Evan abrazándola, adivinando sus pensamientos. Natsuki cerró los ojos, apoyando la cabeza en su hombro, y pudo notar una calidez envolvente, dulce, maternal.
“Pero yo… Quiero verla, Evan. Necesito hablar con ella, decirle muchas cosas… Que la quiero, la quiero mucho, y darle las gracias por todo lo que hizo por mí, por darme la vida, por todos los regalos de la vida que gracias a ella he podido descubrir…”
Evan sonrió con dulzura, apartándose de ella un poco, a una prudente distancia. La miraba fijamente, con amabilidad, y ella no hizo ningún amago por acercarse de nuevo, perdida como se encontraba en aquellos ojos del color de la miel.
“Quiere hacerte otro regalo, tal vez no el más importante, pero si el último”
“¿El último? ¿Se va a ir?”, preguntó asustada. Ahora que, de alguna manera la había recuperado, no quería perderla.
Entonces, un brillo de luz la envolvió. Pudo ver como la adorable sonrisa se Evan se ocultaba detrás de aquel brillo, y aunque algo en su interior se resistió a todo aquello e intentó gritar, ni siquiera se movió.
“Pero es que tú ya no me necesitas”, susurró una voz a su lado. Natsuki, se giró, buscándola, pero no encontró nada más que aquella insistente luz. Su madre siguió hablando desde algún lugar de aquella extraña burbuja. “Ya no necesitas ningún ángel de la guarda, porque le tienes a él a tu lado. Y pronto tendrás a alguien más, ¿no estás contenta?”
“Si que lo estoy, claro que estoy contenta… Pero mamá, no quiero que te vayas otra vez”
“Y no me voy a ir, pequeña, nunca me iré de tu lado. A partir de ahora, voy a estar más cerca que nunca de ti, y así ni tú ni él volveréis a sentiros solos nunca más”
“¿Qué quieres dec…?”
No pudo terminar de preguntar, porque la luz se volvió a ser posible más intensa, y temió haberse quedado ciega. Algo la rodeó con fuerza y seguridad, y Natsuki pudo sentir el olor y la calidez de Evan alrededor de su cintura, a pesar de que sus ojos seguían viendo tan solo luz.
No supo decir exactamente cuánto tiempo ocurrió antes de volver a ver el color azul del mar frente a ella. Se sintió un poco mareada, pero tranquila y extrañamente en paz, y a pesar de que no se sentía para nada diferente, supo que algo en ella había cambiado.
“¿Nat?...”, preguntó Evan a su espalda. Ella se giró para tranquilizarle y decirle que se encontraba bien, pero al verle se quedó, simplemente, sin habla.
Le vio diferente. Sus cabellos parecían más suaves y oscuros que antes, como hilos de seda fina, sus ojos se veían más grandes, más brillantes, más profundos y hermosos. Su sonrisa se mantenía sincera, con una pureza y una belleza que rozaba la perfección, y toda su figura parecía irisar un halo de fuerza y brillantez excepcional.
Aunque lo más impactante estaba, sin duda, a su espalda.
De ella nacían un par de alas de plumas, tan blancas que dejaban en ridículo la nieve virgen, enormes, pero perfectamente proporcionadas y harmoniosas, brillantes y exultantes, que le daban al chico, al fin, el verdadero aspecto de un ángel.
“Evan”, susurró, atónita, notando que su voz sonó más aguda y estridente que de costumbre, “¿qué te ha ocurrido?”
“Nada… Te ha ocurrido a ti. Mírate…”
Parpadeó, mirándose las manos. A simple vista, no parecían diferentes, pero había algo que le decía que también había algo diferente en ellas. Una especie de hormigueo la recorría entera, y no sabía de qué se trataba exactamente.
Entonces se vio las alas.
Igual de blancas que las de Evan, grandes, suaves y brillantes, sus alas se doblaron un poco y acariciaron levemente sus hombros. Natsuki se asustó, dando un pequeño salto, y sus alas se estiraron con violencia, a punto para ser batidas.
“Tranquila Nat, no pasa nada.”
La voz de Evan la calmó un poco, aunque no borró del todo su sorpresa. Era un ángel, un ángel de verdad, igual que Evan.
Su madre se había convertido en ángel al morir, y se había pasado los últimos veintitrés años cuidando de ella sin que ni siquiera lo supiera. Y ahora, que al fin lo había descubierto, había entregado su vida y la había convertido.
“Estás preciosa”, murmuró Evan, acercándose a ella para acariciarle la mejilla. Ante su tacto, Natsuki sintió que se derretía. “Eres preciosa, mi ángel de alas… Mi ángel.”
La tomó de las manos, acercándose con ella cada vez más al borde del precipicio. No tuvo miedo, por primera vez no sintió respeto ante aquella gran altura, ni tuvo miedo de hacerse daño a ella o al bebé, porque ambos estaban bien. Mejor que nunca.
“¿Tú quieres volar?”, le preguntó a la chica, repitiendo la pregunta que Nerine le había hecho al conocerle. Natsuki lo miró, con los ojos brillantes y emocionados, y asintió fervientemente.

Con un soplo de viento, dos ángeles se elevaron dispuestos a surcar juntos el cielo.

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