Le echa una mirada de reojo al móvil y tiene ganas de usarlo aunque sabe que no debe hacerlo. Quiere, necesita, que alguien la apoye sinceramente, solo por el placer de querer animarla y no por cortesía o para auto consolarse en aquellos días oscuros. Añora a Ami más que nunca, porque nunca habían pasado tanto tiempo separadas y superadas, y la cama sigue oliendo a Matt.

Entonces, la pantalla del bendito móvil se ilumina y le llega un mensaje de remitente desconocido. No importa, porque sabe quién es. Solo ella conoce ese número. Solo ella le manda mensajes.
Trata de no agobiarte. Come y duerme bien, o no estarás a tope. Te quiero>>
Es escueto pero dulce a la vez. Le sobra. Por primera vez en días, se siente algo realizada. Irónicamente ya no necesita el texto, porque lo tiene memorizado, así que lo borra y recuesta la cabeza sobre la almohada. Siente que apenas huele a nada.

Cierra los ojos. Descansa.

martes, 19 de mayo de 2009

Corazón de diamante


Pequeño vicio de Ishtar e Isis, y su peculiar relación de amor-odio. También una pequeña intención de explicar el origen de esa relación.

(Escrita en honor a Lolly, que me comentó algo sobre que esos dos se habían enamorado a primera vista, y no fue exactamente asi)



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Ishtar no creía en el amor a primera vista. De hecho, durante mucho tiempo Ishtar ni siquiera había creído en el amor.


La luna brillaba alegremente en el cielo y lo iluminaba todo con su suave resplandor plateado. El vampiro podía entreverla a través de las sucias ventanas de la cabaña del leñador, tumbado sobre el frío y duro suelo de madera como si se tratara de la más mullida de las camas, y la miraba con una admiración casi reverencial.
Hasta hacía bien poco, Ishtar habría jurado que aquella esfera brillante era la única cosa capaz de hacerle sentir como si el corazón le latiese de nuevo – tal vez porque ambos, corazón y astro, parecían hechos del mismo material, frío y duro diamante -, aunque en realidad creía que ya nunca volvería a sentir nada con claridad.
Pero todo había cambiado al conocer a Isis.

Ishtar no creía en el amor a primera vista, pero en cambio si que creía en el destino y en la forma como este, de un modo casi cruel, determinaba su vida y su futuro. Por eso sabía que lo que le había ocurrido al conocerla no había sido obra del amor – ya que en realidad, antes de verla ya la había odiado -, sino del destino. Recordaba con claridad, como si se tratara de una película proyectada en su mente y no de un simple recuerdo, el odio que lo embargó en contra de la licántropa nada más olerla por primera vez, y lo obligó a atacar sin parar en busca de su muerte. Recordaba la sensación de júbilo que le había recorrido cuando había rodeado su garganta peluda con sus manos de acero. Podía evocar el sonido del corazón de la loba palpitando frenéticamente, y el flujo de la sangre que corría vitalmente en una última carrera. Podía recordarlo todo, pero los recuerdos se hacían confusos cuando pensaba en su mirada zafiro.
Le había invadido un impulso casi animal contra ella, tan humano y con tanto sentimiento que Ishtar se había sorprendido. Mientras Isis, dominada por aquella misma sensación extraña, iba convirtiéndose en humana otra vez, el vampiro sentía el calor y el deseo recorrer su cuerpo y su alma como un veneno. Y no había podido evitar echársele encima, porque de repente, Ishtar ya no estaba atado a la tierra por el peso de la gravedad, sino que un fino hilo, más ligero que un rayo de luna, le había unido con Isis y le había atado a ella. Y aun no había podido escapar.

La licántropa gruñó en sueños, acurrucada sobre el lecho que Ishtar le había hecho entre sus brazos. Su hermoso rostro estaba congestionado en una mueca de desagrado y arrugaba la nariz como si estuviese oliendo algo muy desagradable, pero se mantenía agarrada a él con fuerza. Ishtar sentía el calor desagradable que desprendía su cuerpo, y el fuerte aroma a tierra y agua que hacía su cabello, pero mantenía sus brazos firmes alrededor de su cintura y le velaba el sueño con hastío, sin cansarse de mirarla, a ella, a quién por instinto había odiado y aun odiaba, y que por un golpe del destino se había convertido a la vez en su persona amada.


Porque Ishtar no creía en el amor, pero sabía que estaba enamorado de la luna. Y su luna era ahora Isis, dormitando tranquila en su pecho de mármol, dueña y señora de su frío y duro corazón de diamante.

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