Le echa una mirada de reojo al móvil y tiene ganas de usarlo aunque sabe que no debe hacerlo. Quiere, necesita, que alguien la apoye sinceramente, solo por el placer de querer animarla y no por cortesía o para auto consolarse en aquellos días oscuros. Añora a Ami más que nunca, porque nunca habían pasado tanto tiempo separadas y superadas, y la cama sigue oliendo a Matt.

Entonces, la pantalla del bendito móvil se ilumina y le llega un mensaje de remitente desconocido. No importa, porque sabe quién es. Solo ella conoce ese número. Solo ella le manda mensajes.
Trata de no agobiarte. Come y duerme bien, o no estarás a tope. Te quiero>>
Es escueto pero dulce a la vez. Le sobra. Por primera vez en días, se siente algo realizada. Irónicamente ya no necesita el texto, porque lo tiene memorizado, así que lo borra y recuesta la cabeza sobre la almohada. Siente que apenas huele a nada.

Cierra los ojos. Descansa.

domingo, 10 de mayo de 2009

Historia de Evan


Evan es un niño humano, huérfano y con una vida trágica. Pero pese a todo tiene un interior bello y hermoso, que solo hace falta sacar a la luz para hacerlo despertar.


Aquí está la historia de un Evan niño, antes de pasar a formar parte de una familia angélica y saber que él mismo pronto será un ángel:



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Aún recuerdo como todo terminó, tan deprisa que ni siquiera me di cuenta.

El día empezó como cualquier otro, en una mañana de verano. Mi mamá, Alice, iba de aquí para allá con su delantal de rallas blancas y rosas, sirviendo el desayuno, sacando la colada y dejando todas las cosas en su sitio. Jasper hablaba con mi padre, Roger, pidiendo permiso para pasar el día en la playa con sus amigos. Él refunfuñó un poquito, porque en principio íbamos a pasar el día los cuatro, pero mi hermano puso ojitos de cordero degollado y argumentó que ya tenía catorce años, cosa que provocó que Roger acabase accediendo con un suspiro resignado.
“Menos mal que mi pequeñín aún no me abandona”, canturreó, revolviéndome el cabello con cariño.
Yo, a mis tiernos cinco años, asentí feliz ante la muestra de amor y terminé mi desayuno mientras Jasper salía corriendo de la cocina gritando un “¡Hasta luego!”

Luego de eso, nosotros tres nos dirigimos al coche, cogido yo de la mano de ambas, feliz de tenerlas para mi solito todo el día.
Mi padre, en el asiento del conductor, encendió el motor. Ahora que tanto tiempo ha pasado, recuerdo todos esos detalles como si pasaran ante mí a cámara lenta, en lugar de haberlos ido olvidando con los años.
Sonaba música de la radio, recuerdo a mi padre canturreando sin apartar la vista de la carretera, y a mi mamá moviéndose feliz en el asiento del copiloto. Recuerdo que ese día en concreto no se había recogido el pelo y este caía sobre sus hombros y espalda como hilos de oro brillante. De vez en cuando se giraba y me miraba sonriente y con ojos vivos, preguntándome si iba bien allí detrás, interrumpiendo su canto.
Fue en una de esas que lo que parecía ser un día perfecto en nuestras maravillosas vidas, se torció. Si cierro los ojos todavía puedo verlo con claridad.
Roger gritó. Un coche negro cruzó a toda velocidad obligándonos a frenar de repente y dar un golpe de volante. Otro coche se acercaba a toda velocidad por la derecha, en el cruce. No pudo frenar antes de chocar con violencia contra nosotros. Antes de que el interior de nuestro vehículo se convirtiera en un amasijo de hierros, Alice se giró hacia mí en una décima de segundo, extendió la mano y gritó sin hacer ruido. Su cálida piel y el miedo en sus ojos es lo último que recuerdo antes de que todo se volviera oscuro.

Lo siguiente que me viene a la memoria de forma nítida, son las enormes puertas de madera del orfanato, y la mano de Jasper, más serio que nunca, guiándome hacia dentro, nuestro nuevo hogar.
Los días en el hospital habían pasado como una nube, sin que nadie me explicara nada, sin que yo preguntase. Solo ahora que estaba junto a mi hermano de nuevo, hallaba un poco de paz y protección.
A veces, los adultos me preguntaban cosas, y luego se enfadaban porque no les respondía. Jasper también se enfadaba, y cuando se tiraba sobre su cama mascullaba que, para estar así, más habría valido que me hubiera muerto en el accidente con ellas.
Aunque puede sonar muy cruel que dijera eso, jamás me enfadé con él, ni de crío ni ahora. En el fondo empiezo a entender como debería sentirse, al ver que la única persona que le quedaba no era más que una carga inerte.
Pero es que no podía evitarlo, no me salían las palabras. Algo me decía que no valía la pena hablar si ellas no iban a escucharme. Así que simplemente me callaba y todos me trataban de tonto. A decir verdad, tampoco me importaba mientras estuviera con Jasper.
Por las noches, cuando las pesadillas me asustaban, salía de la cama y me metía en la de él, y los dos acabábamos llorando en silencio y abrazados.

Los días pasaban muy lentamente metidos allí. Las camas eran incómodas y la comida, mala. La gente que trabajaba allí eran duros y estrictos, y todos los niños parecían tristes. Yo echaba de menos a mis mamás, pero al menos tenía a Jasper y, por el momento, me bastaba.
Por el momento…

Un día, mi hermano me llevó con él a la azotea. Era un lugar feo, sin ningún encanto, y los niños no solían ir a jugar allí. Sin embargo, él se pasaba horas en aquel lugar, quieto, solo pensando. Yo no solía acompañarle, porque decía que quería estar solo y no me dejaba subir. Pero ese día me llevó, cogiéndome dulcemente de la mano. Nos sentamos en el suelo y me abrazó mientras mirábamos el cielo en silencio. Jasper había crecido mucho, ya tenía quince años bien cumplidos, y se había hecho mayor, tanto física como mentalmente. Yo le miraba a él mientras él miraba el cielo. Estaba nublado, aunque de vez en cuando algunos rayos se filtraban entre las nubes y nos iluminaban. Jasper me abrazó más fuerte.
“Evan, ¿tu echas de menos a mami y a papá?”, preguntó en una de esas que los rayos nos iluminaban. Yo le miré interrogante y asentí.
“¿Te gustaría que fuera a buscarles? Así cuando les encuentre, volveremos a estar juntos.”
Levanté la vista y observé las nubes.
“¿Y dónde les buscarías?”, pregunté yo, hablando por primera vez en mucho tiempo. Creo que Jasper no se sorprendió, ya debía esperar que le respondiera eso, porque habló con convicción
“En el cielo”
En ese momento sonreí y me acurruqué con más fuerza.
“Sabes que te quiero mucho, ¿verdad, Evan?”, dijo de repente luego de un buen rato de silencio. Volví a mirarle y asentí.
“Bien… Vamos hermanito, vuelve abajo, enseguida iré contigo.”

Ese día un gran revuelo se armó en el orfanato. Los adultos iban de arriba hacia abajo, mandando a todos los niños quedarse en el cuarto y no moverse. Vinieron señores del hospital y de la policía, y hablaron de mi hermano. Los chicos mayores me miraban sin disimulo y hablaban a mis espaldas.
“Ni siquiera su hermano podía aguantar más”, decían.
“Si, ha preferido huir de todo y no tener que cuidar de él”
“Es comprensible, cualquiera lo haría”
“Pobres chicos”

Ellos no lo entendían, Jasper no había huido, había ido a buscar a nuestras mamás y pronto volverían a buscarme. Esa era mi esperanza, lo que me impulsaba a esperar sin más.
Pero eso ni los adultos ni los demás chicos lo entendían. Se limitaban a tratarme como un bicho raro que estaba solo y desprotegido.
A mí no me importaba, me pasaba los días solo, en la azotea, esperando. Mi fe no disminuía aunque pasaron días y días, semanas y semanas. Yo me limitaba a esperar mientras buscaba entre las nubes, en silencio.

Un buen día, luego de meses de espera, mi vida dio un nuevo giro.
Volvía a estar en la azotea, apoyado en la barandilla, paseando mi mirada entre el cielo y el suelo, esperando. Miré las nubes cetrinas, y luego el suelo de gravilla a mis pies. Levanté los ojos para perderlos de nuevo entre las nubes de algodón, pero en lugar de eso me encontré cara a cara con mi mamá Alice.
No me asusté, no me moví. Ni siquiera me sorprendió que estuviera flotando ante mí. A su espalda se extendían dos alas de plumas del blanco más puro que puede existir, y que parecían brillar con luz propia. Sus cabellos flotaban suavemente con el viento, como hilos de oro, y sus ojos me miraban brillantes e inocentes. Quizá fueron los ojos, quizá el cabello, lo que hizo que confundiera a la hermosa ángel con mi mamá.

“¿Qué haces aquí, niño? ¿No ves que te puedes caer?”, preguntó con una vocecita suave y cantarina.
Yo la miré, todavía anonado por el parecido que tenía con Alice, y quizá un poco llevado por eso, respondí.
“Estoy esperando a mi hermano. Él me dijo que iría a buscar a mis mamás al cielo. Y todavía debe estar volando, porque no ha vuelto.”
Ella comprendió lo sucedido más deprisa que cualquiera, lo entendió incluso antes que yo. Pero a diferencia de los otros, no me culpó ni me giró la espalda. Me sonrió con dulzura extendiendo su grácil mano hacía mí.
“¿Tú quieres volar?”
La pregunta penetró en mi cerebro y ahuyentó todo durante un extasiante momento.
“Si.”
La ángel me tomó en brazos sin dejar de sonreír y me ayudó a subir en el surco de sus alas. No me daba miedo caer, y ella tampoco parecía preocupada por eso, como si tuviera la certeza de que era lo más seguro del mundo. De todos modos, quizá solo por costumbre, me sujeté a sus hombros.

El paseo fue el momento más mágico de mi vida, en donde nada más que el vuelo ocupaba mi cabeza, y me ayudaba a liberar de todo lo que me confundía. El aire soplaba con violencia allí arriba, pero cuando se acercaba a la grácil figura del ángel, parecía desviarse para no molestarla con nada más que una ligera brisa que acariciaba y movía sus cabellos graciosamente.
Después de varias horas que me parecieron poco, volvimos al orfanato y me dejó de nuevo en el suelo de la azotea.
“¿Volverás a venir?”, le pregunté entre ilusionado y esperanzado, sintiendo como la espera que había vivido hasta entonces empezaba a perder sentido.
“Antes de lo que piensas”, respondió con una hermosa sonrisa. Abrí los ojos, comprendiendo y aceptando por fin que ni mis mamás ni mi hermano iban a regresar.
Pero ella si regresaría, ella podía ser mi esperanza. Me puse de puntillas y la besé en la mejilla.

“Hasta pronto, angelita.”








(La angelita en cuestión es, por supuesto, Nerine, quién más adelante lo adoptará y se convertirá en su "madre")

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