Le echa una mirada de reojo al móvil y tiene ganas de usarlo aunque sabe que no debe hacerlo. Quiere, necesita, que alguien la apoye sinceramente, solo por el placer de querer animarla y no por cortesía o para auto consolarse en aquellos días oscuros. Añora a Ami más que nunca, porque nunca habían pasado tanto tiempo separadas y superadas, y la cama sigue oliendo a Matt.

Entonces, la pantalla del bendito móvil se ilumina y le llega un mensaje de remitente desconocido. No importa, porque sabe quién es. Solo ella conoce ese número. Solo ella le manda mensajes.
Trata de no agobiarte. Come y duerme bien, o no estarás a tope. Te quiero>>
Es escueto pero dulce a la vez. Le sobra. Por primera vez en días, se siente algo realizada. Irónicamente ya no necesita el texto, porque lo tiene memorizado, así que lo borra y recuesta la cabeza sobre la almohada. Siente que apenas huele a nada.

Cierra los ojos. Descansa.

domingo, 10 de mayo de 2009

Evan y Natsuki - Como se conocieron


Punto de vista de EVAN


Capítulo que cuenta como se conocieron:


******************************************


A Evan no le gustaba el frío, no le gustaba nada de nada.
El frío no respetaba ni los abrigos ni las bufandas y siempre le dejaba temblando, como si no tuviera ya suficiente con el frío que daba la soledad.

Suspiró, bajando un poco más la cabeza hacía el suelo cubierto de nieve. Había salido a dar un paseo por la ciudad, alegando que tenía ganas de ver el paisaje blanquecino de diciembre. Pronto sería navidad, y al contrario que su familia, no tenía ningunas ganas de celebrarlo. Pero no les culpaba, era lógico que los ángeles se alegraran y quisieran hacer fiesta durante esos días tan especiales para ellos.
Lo único que ocurría es que él no era un ángel.

Echó una mirada a su alrededor, notando como el parque estaba totalmente desierto. Seguramente la gente estaría reunida en sus casas, junto a sus seres queridos, disfrutando del calorcito de una chimenea o de la cena familiar.
Sonrió imperceptiblemente, algo triste, recordando las últimas navidades que había celebrado con sincera alegría. Para aquel entonces tenía cinco años y estaba en su casa, junto a sus padres y su hermano mayor, Jas. Ahora tenía ya veinte, y lo único que quedaba de aquellas tres personas era un vago recuerdo en su memoria.
Pensó en Nerine, Cass y Daniel, ellos eran ahora su familia, incluyendo también a su querido Sitae, el ángel que cuidaba de él en todo momento con auténtico cariño y devoción. Les quería, les quería muchísimo, pero a pesar de todo, no podía evitar sentirse mal. A pesar del cariño que le daban, de lo mucho que le apreciaban y lo mucho que él les apreciaba a ellos, había un hueco muy grande en su corazón que nadie podía rellenar.
Se sentía solo, si. Se sentía solo y abandonado en un mundo demasiado grande, sin nadie que realmente pudiera entrar en él y hacerle sentir de nuevo feliz y satisfecho con la vida. Demasiado a menudo buscaba las respuestas de sus peticiones en el cielo, pero ni su mamá ni nadie bajaba a darle una respuesta, a decirle que no debía sentirse solo, a pedirle que dejara de esperarles.
En el fondo sabía que jamás iban a regresar, claro que lo sabía, era joven, pero no tonto.

A unos pasos de él, alguien estornudó. Evan levantó la mirada y vio ante él a una chica un poco distraída. Se quedó quieto, a una prudente distancia, observándola con atención. Su aspecto era bastante corriente: Cabellos oscuros, desparramados sin orden ni concierto sobre sus hombros, piel blanquecina, paliducha, como la porcelana cara, y ojos castaños y grandes, perdidos entre la magnitud del cielo. El chico ladeó la cabeza con curiosidad. Aquella muchacha tenía la mirada completamente perdida, y una expresión que mezclaba el ausentismo con la tristeza.
Se acercó un poco. Estaba sentada distraídamente en un banco, parecía ajena al frío y a todo lo que la rodeaba, y Evan sintió ganas de acercarse a ella y preguntarle por qué estaba allí, por qué parecía tan triste y por qué no estaba en su casa junto a su familia.
Tragó saliva. La última vez que había sentido ganas de acercarse a un desconocido había sido al conocer a Nerine, hacía casi quince años, y ahora estaba viviendo con ella bajo el mismo techo. Algo dentro de él le decía que tenía que acercarse a aquella muchacha, acercarse a ella y aliviar de alguna manera su tristeza y su propia soledad.

“Hola…”, murmuró tímidamente, sentándose a su lado en el banco de madera, mirándola fijamente con curiosidad. La chica apartó su mirada del cielo para observarle a él, y Evan pudo comprobar que a pesar de que ya no parecía ausente, la tristeza se mantenía firme en ella. “¿Qué haces aquí sola?”

“Espero”, musitó a modo de respuesta, con una vocecita suave y enfermiza. Parecía que no estaba muy acostumbrada a hablar con otras personas, y eso conmovió un poco más al muchacho, que se sintió identificado.

“¿A quién esperas?”, la muchacha sonrió casi sin darse cuenta y volvió a mirar hacía la pesada capa de nubes grises que cubrían el cielo de la ciudad.

“No lo sé…”, dijo, y su voz sonó de nuevo perdida en algún lugar muy lejano. “A quién sea”

Evan siguió la mirada de la muchacha, observando también el cielo, y los escasos espacios de luz que se entreveían.
“¿A quién sea? ¿Acaso no tienes a nadie concreto para esperar?”

Ella sonrió un poco más, como si aquel gesto pudiera protegerla de la inmensa soledad que sentía.
“No, estoy sola”

El muchacho se conmovió, y algo en su interior se revolvió, inquieto. Aquella chica se parecía mucho a él, se sentía sola y triste, abandonada por el mundo, a la espera de algo que jamás llegaría… O tal vez sí. Se levantó y se plantó frente a ella, estirando la mano para tendérsela.
“¿Quieres esperar conmigo? Yo no estoy solo, pero también estoy esperando. Si quieres, podemos hacerlo juntos”

La muchacha abrió mucho los ojos, mirando alternativamente al chico y la mano que le tendía. Parecía confundida, descolocada, sin saber exactamente qué hacer, pero Evan le sonreía dulcemente, aguardando sin prisas. Ella cerró los ojos, a punto de echarse a llorar, y al abrirlos de nuevo para mirarles, una sonrisa diferente a las demás adornaba su rostro.

“Me llamo Natsuki”, dijo apenas en un susurro, aceptando la mano que le tenía el chico y estrechándola con calidez.

La sonrisa de ambos, tranquila y en paz, se perdió silenciosamente entre la nieve de diciembre.

No hay comentarios:

Publicar un comentario